vida de pirata y a Mompracem. Quería marcharme muy lejos de estos mares, no porque
temiese a vuestros compatriotas, ya que, si lo hubiera querido, habría podido reunir en mi isla
millares de piratas y armar centenares de praos, sino porque yo, encadenado por Marianna,
después de tantos años de sangrientas batallas, deseaba una vida tranquila al lado de la mujer
que amaba. El destino no ha querido que yo pueda realizar mi querido sueño. Matadme, pues:
sabré morir con ánimo.
-¿Entonces no amáis ya a lady Marianna?
-¡Que si la amo! -exclamó Sandokán con acento casi desgarrador-. No podéis haceros
una idea de la pasión que esa muchacha ha despertado en mi corazón. Escuchadme: poned
aquí Mompracem y ahí a Marianna: abandonaré la primera por la segunda. Dadme la libertad
con la condición de no volver a ver jamás a esa muchacha y me veréis rechazarla. ¿Qué más
queréis? ¡Miradme!
¡Estoy desarmado, solo, y sin embargo, si tuviera la más mínima esperanza de poder
salvar a Marianna, me sentina capaz de cualquier esfuerzo, incluso de abrir los flancos de este
buque, para mandaros a todos al fondo del mar!
-Somos más numerosos de lo que creéis -dijo el teniente con una sonrisa de
incredulidad-. Sabemos lo que valéis y de lo que seríais capaz, y hemos tomado nuestras
precauciones para reduciros a la impotencia. Así que no intentéis nada: todo sería inútil. Una
bala de fusil puede matar al hombre más valeroso del mundo.
-La preferiría a la muerte que me espera en Labuán -dijo Sandokán con profunda
desesperación.
-Os creo, Tigre de Malasia.
-Pero todavía no estamos en Labuán y podría suceder cualquier cosa antes de que
llegásemos.
-¿Qué queréis decir? -preguntó el teniente, mirándolo con cierta aprensión-. ¿Pensáis
suicidaros?
-¿Qué puede importaros eso? Que yo muera de un modo u otro, el resultado sería
idéntico.
-Quizá no os lo impediría -dijo el teniente-. Os confieso que me desagradaría mucho
veros ahorcar.
Sandokán estuvo un momento silencioso, mirándolo fijamente como si dudase de la
veracidad de sus palabras, y luego preguntó:
-¿No os opondríais a mi suicidio?
-No -respondió el teniente-. A un valiente como vos yo no le negaría ese favor.
-Entonces consideradme hombre muerto. -Pero yo no os ofrezco los medios para
acabar con vuestra vida.
-Tengo conmigo lo necesario. -¿Algún veneno quizá?
-Fulminante. Sin embargo, antes de irme al otro mundo, quisiera pediros un favor.
-A un hombre que está a punto de morir no se le puede negar nada.
-Quisiera ver a Marianna por última vez. El teniente se quedó mudo. -Os lo ruego
-insistió Sandokán.
-He recibido la orden de manteneros separados, en el caso de que fuera tan afortunado
como para capturados. Y creo que sería mejor para vos y para lady Marinana impediros que
os volvierais a ver. ¿Por qué hacerla llorar?
-¿Me lo negáis por un refinamiento de crueldad?
No creía que un valiente marinero podría convertirse en un cómitre.'
El teniente palideció.
-Os juro que tengo esa orden -declaró-. Me desagrada que dudéis de mi palabra.
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