maniobra misteriosa, se habían separado bruscamente.
Mientras el uno se dirigía hacia las costas septentrionales de Mompracem, el otro
avanzaba rápidamente hacia las meridionales.
Ya no había duda acerca de sus intenciones. Querían interponerse entre los veleros y la
costa, para impedir les buscar refugio en alguna ensenada y obligarlos a hacerse a la mar, y
luego poder atacarlos en mar abierto.
Sandokán, al darse cuenta de ello, dio un alarido de rabia.
-¡Ah! --exclamó-. ¿Queréis batalla? ¡Pues bien, la tendréis!
-Todavía no, hermanito -gritó Yáñez, que había subido a la proa de su barco-.
Avancemos hacia alta mar e intentemos pasar entre esos dos adversarios.
-Nos alcanzarán, Yáñez. El viento es todavía flojo.
-Intentémoslo, Sandokán. ¡Eh, vosotros a las escotas, y viremos hacia el oeste! ¡Los
cañoneros a sus puestos!
Los tres veleros cambiaban de ruta, un instante después, dirigiéndose resueltamente
hacia el oeste.
Los dos buques, como si se hubieran dado cuenta de aquella audaz maniobra,
cambiaron también de dirección casi instantáneamente, avanzando hacia alta mar.
Era indudable que querían pillar en medio a los tres praos antes de que pudieran
guarecerse en otra isla.
Sin embargo, creyendo que se movían en aquella dirección por pura casualidad,
Sandokán y Yáñez no cambiaron de ruta, sino que ordenaron a sus tripulaciones desplegar
algunas velas de estay para intentar ganar más terreno.
Durante veinte minutos los tres veleros siguieron avanzando, deseando escapar a la
tenaza de los dos buques de guerra, que intentaban reunirse.
Ninguno de los piratas apartaba sus miradas de los faroles, procurando adivinar la
maniobra de los enemigos. Sin embargo, estaban preparados para hacer tro nar los cañones y
los fusiles a la orden de sus jefes. Ya se habían adentrado mucho en el mar con algunas
bordadas, cuando vieron que los faroles daban nuevamente una bordada.
Un momento después se oyó a Yáñez gritar:
-¡Eh! ¿No veis cómo vienen a cazarnos?
-¡Ah, canallas! -gritó Sandokán, con intraducible acento-. ¡Incluso al mar venís a
atacarme! ¡Tendremos hierro y plomo para todos!
-Estamos perdidos, ¿verdad, Sandokán? -dijo Marianna, estrechándose contra el pirata.
-Todavía no, niña mía -respondió el Tigre-. Vuelve enseguida a tu camarote. Dentro de
pocos minutos granizarán balas sobre el puente de mi prao.
-Quiero quedarme a tu lado, valiente mío. Si tú mueres, caeré yo también junto a ti.
-No, Marianna. Si te viese cerca de mí, me faltaría la audacia y tendría mucho miedo.
Tengo que estar libre para volver a ser el Tigre de Malasia.
-Espera al menos que esas naves estén aquí. Quizá no nos hayan visto todavía.
-Se dirigen hacia nosotros a todo vapor. Yo las veo ya.
-¿Son barcos potentes?
-Una corbeta y una cañonera.
-¿No podrás vencerlos?
-Somos todos valientes e iremos a atacar a la más grande. Vamos, vuelve a tu
camarote.
¡Tengo mucho miedo, Sandokán! -exclamó la muchacha, sollozando.
-No temas. Los tigres de Mompracem lucharán con valor desesperado.
En aquellos instantes se oyó un cañonazo en el mar. Una bala pasó al otro lado del
Página 162