Test Drive | Page 161

atacarlos. -No comprometamos inútilmente los últimos restos de los tigres de Mompracem -dijo el jefe malayo-. Seamos prudentes por ahora. La oscuridad favorecía la retirada. A una orden de Sandokán el prao dio una bordada, doblando hacia las costas meridionales de la isla, donde existía una bahía bastante profunda para refugiar una pequeña flotilla. Los otros dos barcos se apresuraron a seguir la misma maniobra, habiendo comprendido ya cuál era el plan del Tigre de Malasia. El viento, más bien fresco, era favorable, pues soplaba del nordeste, y en consecuencia los praos tenían la posibilidad de llegar a la bahía antes de que despuntara el sol. -¿Han cambiado de ruta las dos naves? -preguntó Marianna, que escudriñaba el mar con viva ansiedad. -Es imposible saberlo por ahora -respondió Sandokán, que había subido sobre la amura de popa para observar mejor los dos puntos luminosos. -Me parece que siguen siempre hacia alta mar, ¿verdad, Sandokán? ¿O me equivoco? -Te equivocas, Marianna -respondió el pirata después de unos instantes-. También esos dos puntos luminosos han dado una bordada. -¿Y se mueven hacia nosotros? -Eso me parece. -¿Y no lograremos escapar de ellos? -preguntó la joven con angustia. -¿Cómo competir con sus máquinas? El viento es débil todavía y no imprime a nuestros barcos una velocidad que pueda rivalizar con el vapor. Pero quién sabe; el alba no está lejana, y, al aproximarse el sol a estos parajes, el viento aumenta siempre. -¡Sandokán! -¡Marianna! -Tengo tristes presentimientos. -No temas, niña mía. Los tigres de Mompracem están dispuestos a morir por ti. -Lo sé, Sandokán, y sin embargo temo por ti. -¡Por mí! -exclamó el pirata con ferocidad-. No tengo miedo de esos dos leopardos que nos buscan para darnos otra vez batalla. Aunque el Tigre ha sido vencido, todavía no ha sido domado. -¿Y si te alcanzase una bala? ¡Gran Dios! ¡Qué pensamiento más terrible, mi valeroso Sandokán! -La noche es oscura, ninguna luz brilla a bordo de nuestros barcos y... Una voz, que salía del segundo prao, le cortó la frase: -¡Eh, hermano! -¿Qué quieres, Yáñez? -preguntó Sandokán, que había reconocido la voz del portugués. -Me parece que esos buques se disponen a cortarnos el camino. Los faroles, que antes proyectaban una luz roja, ahora se han vuelto verdes, lo que indica que los barcos han cambiado la ruta. -Entonces los ingleses se han dado cuenta de nuestra presencia. -Eso me temo, Sandokán. -¿Qué me aconsejas hacer? -Avanzar audazmente hacia alta mar e intentar pasar por medio de los enemigos. Mira: se alejan el uno del otro para cogernos en medio. El portugués no se había equivocado. Los dos barcos enemigos, que desde hacía algún tiempo parecían ejecutar una Página 161