Test Drive | Page 151

han lanzado contra nosotros! -Capitán -dijo Giro-Batol, adelantándose-. Hemos hecho lo posible por abordar a la escuadra que nos asaltó, pero no lo conseguimos. Conducidnos a Labuán y destruiremos la isla hasta el último árbol, hasta el último matojo. Sandokán, en vez de responder, tomó a Marianna y la condujo ante sus hordas. -¡Es la patria de ella -dijo-, la patria de mi mujer! Los piratas, al ver a la joven, que hasta entonces había permanecido detrás de Yáñez, dieron un grito de sorpresa y admiración. -¡La Perla de Labuán! ¡Viva la Perla!... -exclamaron, cayendo de rodillas ante ella. -Su patria es sagrada para mí -dijo Sandokán-, pero dentro de poco tendréis ocasión de devolver a nuestros enemigos las balas que lanzaron sobre estas costas. -¿Vamos a ser atacados? -preguntaron todos. -El enemigo no está lejos, mis valientes; podéis descubrir su vanguardia en aquella cañonera que está dando vueltas osadamente junto a nuestras costas. Los ingleses tienen fuertes motivos para atacarme: quieren vengar a los hombres que matamos bajo las selvas de Labuán y arrancarme a esta joven. Estad preparados, que el momento quizá no esté lejano. -Tigre de Malasia -dijo un jefe adelantándose-. Nadie, mientras quede uno de nosotros vivo, vendrá a robar a la Perla de Labuán, ahora que la protege la bandera de la piratería. Ordenad: ¡estamos dispuestos a dar toda nuestra sangre por ella! Sandokán, profundamente conmovido, miró a aquellos valientes que aclamaban las palabras del jefe y que, después de haber perdido a tantos compañeros, todavía ofrecían su vida para salvar a la que había sido la causa principal de sus desventuras. -Gracias, amigos -dijo con voz ahogada. Se pasó varias veces una mano por la frente, dio un profundo suspiro, echó su brazo sobre la joven, que estaba no menos conmovida, y se alejó con la cabeza inclinada sobre el pecho. -Está acabado -murmuró Yáñez con voz triste. Sandokán y su compañera subieron la estrecha escalinata que conducía a la cima del acantilado, seguidos por las miradas de todos los piratas, que los observaban con una mezcla de admiración y pesadumbre, y, se detuvieron delante de la gran cabaña. -Ésta es tu casa -dijo él entrando-. Era la mía; es un feo nido donde se desarrollaron a veces sombríos dramas... Es indigno de hospedar a la Perla de Labuán, pero es seguro, inaccesible al enemigo, que nunca podrá penetrar aquí. Si hubieras llegado a ser reina de Mompracem, lo habrías embellecido, hubieras hecho de él un palacio... En fin, ¿para qué hablar de cosas imposibles? Aquí todo ha muerto o está a punto de morir. Sandokán se llevó las manos al corazón y su rostro se alteró dolorosamente. Marianna le echó los brazos al cuello. -Sandokán, tú sufres, me estás escondiendo tus penas. -No, alma mía, estoy conmovido, pero nada más. ¿Qué quieres? Al encontrar mi isla violada, mis bandas diezmadas, y al pensar que dentro de poco tendré que perder... -Sandokán, entonces lloras por tu pasado poder y sufres ante la idea de tener que perder tu isla. Óyeme, héroe mío, ¿quieres que me quede en esta isla entre tus cachorros, que empuñe también yo la cimitarra y que combata a tu lado? ¿Lo quieres? -¡Tú, tú! -exclamó él-. No, no quiero que te conviertas en una mujer semejante. Sería una monstruosidad obligarte a permanecer aquí, ensordecerte con el retumbar de la artillería y con los combatientes y exponerte a un peligro continuo. Dos felicidades serían demasiado y yo no quiero. -¿Entonces me amas más que a tu isla, a tus hombres, a tu fama? Página 151