Tenemos que esperar, y no tardando mucho, un formidable ataque.
-¿Vendrá a atacarnos a nuestra isla?
-Estoy seguro de ello, Yáñez. Lord James goza de mucha influencia y además sé que
es muy rico.. Así que le será fácil fletar todos los barcos que haya disponibles, enrolar
marineros y conseguir ayuda del gobernador. Dentro de poco veremos aparecer ante
Mompracem una flotilla, ya lo verás.
-¿Y qué haremos?
-Daremos nuestra última batalla.
-¿La última?... ¿Por qué hablas así, Sandokán?
-Porque Mompracem perderá después a sus jefes -dijo el Tigre de Malasia con un
suspiro-. Mi carrera está a punto de terminar, Yáñez. Este mar, escenario de mis hazañas, no
volverá a ver los praos del Tigre surcando sus olas.
-¡Ah, Sandokán!
-Qué quieres, Yáñez: así estaba escrito. El amor de la muchacha de los cabellos de oro
tenía que apagar al pirata de Mompracem. Es triste, inmensamente triste, mi buen Yáñez,
tener que decir adiós y para siempre a estos lugares y tener que perder la fama y el poder, y
sin embargo tendré que resignarme. ¡No más batallas, no más tronar de artillerías, no más
cascos humeantes hundiéndose en los báratros50 de este mar, no más temibles abordajes!
¡Ah!... Siento que mi corazón sangra, Yáñez, pensando que el Tigre morirá para siempre y
que este mar y mi isla misma vendrán a ser de otros.
-¿Y nuestros hombres?
-Ellos seguirán el ejemplo de su jefe, si quieren, y darán también su adiós a
Mompracem -declaró Sandokán con voz triste.
-Y nuestra isla, después de tanto esplendor, ¿tendrá que quedar desierta, como estaba
antes de su aparición.
-Así será.
-¡Pobre Mompracem!... -exclamó Yáñez con profundo dolor-. ¡Yo que la amaba ya
como si fuera mi patria, mi tierra natal!
-¿Crees que yo no la amo? ¿Crees que no se me encoge el corazón al pensar que quizá no
volveré a verla jamás, que quizá no volveré a surcar jamás con mis praos este mar que
llamaba mío? Si pudiera llorar, verías cuántas lágrimas bañarían mis mejillas. En fin, así lo ha
querido el destino. Resignémonos, Yáñez, y no pensemos más en el pasado.
-Y sin embargo, no puedo resignarme, Sandokán. ¡Ver desaparecer de un solo golpe
nuestro poder que nos había costado inmensos sacrificios, tremendas batallas y ríos de sangre!
-La fatalidad así lo quiere -dijo Sandokán con voz sorda.
-O, mejor, el amor de la muchacha de los cabellos de oro -replicó Yáñez-. Sin esa
mujer, el rugido del Tigre de Malasia llegaría aún poderoso hasta Labuán y haría temblar,
durante largos años todavía, a los ingleses e incluso al sultán de Varauni.
-Es verdad, amigo mío -dijo Sandokán-. Ha sido la muchacha quien ha dado el golpe
mortal a Mompracem. Si no la hubiera visto nunca, quién sabe durante cuántos años todavía
nuestras banderas habrían recorrido triunfantes este mar. Pero ahora es demasiado tarde para
romper estas cadenas que ha echado sobre mí. Si hubiera sido otra mujer, al pensar en la ruina
de nuestro poderío, habría huido de ella o habría vuelto a llevarla a Labuán..., pero siento que
despedazaría para siempre mi existencia, si no pudiera volver a verla. La pasión que arde en
mi pecho es demasiado gigantesca para poder ser sofocada. ¡Ah!... ¡Si ella lo quisiera!... ¡Si
ella no sintiese horror por nuestro oficio y no tuviese miedo de la sangre y del estruendo de la
artillería!... ¡Cómo haría brillar a su, lado el astro de Mompracem!... Podría darle un trono,
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Infierno, abismo. Es un cultismo latino, procedente del griego bárathron
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