-No, amor mío, es una nave que nos sigue, es un ojo que escudriña ávidamente el mar,
buscándonos. -¡Dios mío! ¿Entonces nos siguen?
-Es probable, pero encontrarán balas y metralla para diez de ellos.
-¿Y si te mataran?
-¡Matarme! -exclamó él enderezándose, mientras un relámpago soberbio le brillaba en
los ojos-. ¡Todavía me siento invulnerable!
El crucero, porque debía de serlo, ya no era una simple sombra. Sus mástiles se
destacaban ahora netamente sobre el fondo claro del cielo, y se ve