invernadero y empujó la puerta..
De pronto vio una sombra negra enderezarse ante él, mientras una mano le apuntaba al
pecho con una pistola.
-Soy yo, Paranoa -dijo. -¡Ah! Vos, patrón Yáñez.
-Vete enseguida, sin parar, y avisa a Sandokán que dentro de unas horas
abandonaremos la quinta. -¿Dónde tenemos que esperaros? -En el sendero que conduce a
Victoria. -¿Seréis muchos?
-Unos veinte.
-Voy enseguida. Hasta la vista, señor Yáñez.
El malayo se lanzó al sendero, desapareciendo en medio de la oscura sombra de las
plantas.
Cuando Yáñez regresó a la casa, el lord bajaba la escalera. Se había ceñido el sable y
llevaba una carabina en bandolera.
La escolta estaba lista para partir. Se componía de veintidós hombres, doce blancos y
diez indígenas, todos armados hasta los dientes.
Un grupo de caballos piafaba junto a la verja del jardín.
-¿Dónde está mi sobrina? -preguntó el lord. -Ahí está -respondió el sargento que
mandaba la escolta.
En efecto, lady Marianna bajaba en aquel momento la escalinata.
Iba vestida de amazona, con una chaquetilla de terciopelo azul y un largo vestido del
mismo tejido, traje y color que hacían resaltar doblemente su palidez y la belleza de su rostro.
En la cabeza llevaba un elegante gorro adornado de plumas, inclinado sobre sus dorados
cabellos.
El portugués, que la observaba atentamente, vio temblar dos lágrimas bajo sus
párpados y una viva ansiedad profundamente pintada en su rostro.
Ya no era la enérgica muchacha, de unas horas antes, que había hablado con tanto
fuego y tanta ferocidad. La idea de un rapto en aquellas condiciones, la idea de tener que
abandonar para siempre a su tío, el único familiar que le quedaba, que no la quería, era cierto,
pero que había tenido con ella tantas atenciones en su juventud, la idea de tener que
abandonar para siempre aquellos lugares para arrojarse a un porvenir oscuro, incierto, en los
brazos de un hombre que se llamaba el Tigre de Malasia, parecía aterrarla.
Cuando subió al caballo, no pudo reprimir las lágrimas, que le cayeron
abundantemente, y algunos sollozos le levantaron el seno.
Yáñez dirigió su caballo hacia el de ella y le dijo: -Ánimo, milady; el porvenir será
risueño para la Perla de Labuán.
A una orden del lord el grupo se puso en marcha, saliendo del jardín y tomando el
sendero que conducía a la emboscada.
Seis soldados