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-Una docena y otros tantos indígenas. -Entonces la victoria está asegurada. Yáñez se levantó. -¿Vuelves? -le preguntó Sandokán. -No se debe hacer esperar a un capitán que invita a cenar a un sargento -respondió el portugués, sonriendo. -¡Cuánto te envidio, Yáñez! -Y no por la cena, ¿eh, Sandokán? Mañana verás a la joven. -Eso espero -respondió el Tigre con un suspiro-. Adiós, amigo, vete y convéncelo. -Dentro de dos o tres horas veré a Paranoa. -Te esperará hasta medianoche. Se estrecharon la mano y se separaron. Mientras Sandokán y sus hombres se lanzaban en medio de la espesura, Yáñez encendió un cigarrillo y se encaminó hacia el jardín, avanzando con paso tranquilo, como si en vez de una exploración volviese de un paseo. Pasó delante del centinela y se puso a pasear por el jardín, pues todavía era demasiado pronto para presentarse al lord. A la vuelta de un sendero se encontró con lady Marianna, que parecía estar buscándolo. -¡Ah, milady, qué suerte! -exclamó el portugués, inclinándose. -Os buscaba -respondió la joven, ofreciéndole la mano. -¿Tenéis que decirme alguna cosa importante? -Sí, que dentro de cinco horas salimos para Victoria. -¿Os lo ha dicho el lord? -Sí. -Sandokán está preparado, milady: los piratas han sido advertidos y aguardan a la escolta. -¡Dios mío! -murmuró ella, cubriéndose el rostro con las manos. -Milady, en estos momentos hay que ser fuertes y resueltos. -Y mi tío... me aborrecerá y me maldecirá. -Pero Sandokán os hará feliz, la más feliz de las mujeres. Dos lágrimas descendían lentamente por las rosadas mejillas de la jovencita. -¿Lloráis? -dijo Yáñez-. ¡Ah, no lloréis, lady Marianna! -Tengo miedo, Yáñez. -¿De Sandokán? -No, del futuro. -Será alegre, porque Sandokán hará lo que vos queráis. Él está dispuesto a incendiar sus praos, a dispersar sus bandas, a olvidar sus venganzas, a dar un adiós para siempre a su isla y a derribar su poderío. Bastará una sola palabra vuestra para decidirlo. -Entonces, ¿me ama tan inmensamente? -Con locura, milady. -¿Pero quién es ese hombre? ¿Por qué tanta sangre y tantas venganzas? ¿De dónde ha venido? -Escuchadme, milady -dijo Yáñez, ofreciéndole el brazo y llevándola por un sendero en sombra-. La mayor parte cree que Sandokán no es más que un vulgar pirata, venido de las selvas de Borneo, ávido de sangre y de presas, pero se equivocan: él es de estirpe real y no es un pirata, sino un vengador. Tenía veinte años cuando subió al trono de Muluder, un reino situado unto a las costas septentrionales de Borneo. Fuerte como un león, fiero como un héroe de la antigüedad, audaz como un tigre, valiente hasta la locura, poco tiempo después había Página 134