-¿Te has vuelto hidrófobo, Sandokán?... Lloraba por ti.
-¡Ah, sublime criatura! -exclamó el pirata-. Cuéntamelo todo, Yáñez, te lo ruego.
El portugués no se lo hizo repetir y le contó primero lo que había sucedido entre él y el
lord y a continuación su conversación con la muchacha.
-El viejo parece decidido a partir -concluyó-, así que ahora puedes estar seguro de que
no volverás solo a Mompracem. Pero sé prudente, hermano, porque hay bastantes soldados en
el jardín y tendremos que luchar bien para reducir la escolta. Y además, no me fío mucho de
ese viejo. Sería capaz de matar a su sobrina antes que dejársela arrebatar por ti.
-¿Volverás a verla esta noche?
-Desde luego.
-¡Ah!... ¡Si pudiera entrar yo también en la quinta!...
-¡Qué locura!
-¿Cuándo se pondrá en marcha el lord?
-No lo sé todavía, pero creo que esta noche tomará una decisión.
-¿Va a salir esta misma noche?
-Lo supongo.
-¿Cómo poder saberlo con certeza?
-No hay más que un medio. -¿Cuál?
-Manda a uno de nuestros hombres al quiosco chino o al invernadero y que aguarde
allí mis órdenes. -¿Hay centinelas diseminados por el jardín? -No los he visto más que en las
verjas -respondió
Yáñez.
-¿Y si fuese yo al invernadero?
-No, Sandokán. Tú no debes abandonar este sendero. El lord podría precipitar la
marcha, y tu presencia es necesaria aquí para guiar a nuestros hombres. Bien sabes que vales
por diez.
-Mandaré a Paranoa. Es hábil, es prudente y llegará al invernadero sin que lo
descubran. Apenas se haya puesto el sol, saltará la cerca e irá a esperar tus órdenes. Se quedó
un momento silencioso y luego dijo: -¿Y si el lord cambiase de opinión y se quedase en la
quinta?
-¡Diablo! ¡Sería un feo asunto!
-¿No podrías abrirnos tú la puerta a medianoche y dejarnos entrar en la quinta? ¿Y por
qué no?... Me parece un proyecto factible.
-Y a mí me parece difícil, Sandokán. La guarnición es numerosa, podrían atrincherarse
en las habitaciones y oponer una larga resistencia. Y además el lord, si se viera perdido,
podría dejarse llevar de la ira y disparar su pistola contra la muchacha. No te fíes de ese
hombre, Sandokán.
-Es verdad -dijo el Tigre con un suspiro-. ¡Lord James sería capaz de asesinar a la
muchacha, antes que dejársela arrebatar por mí! -¿Esperarás?
-Sí, Yáñez. Pero si no se decide a marchar pronto, intentaré un golpe desesperado. No
podemos quedarnos mucho tiempo aquí. Es preciso que rapte a la muchacha antes que en
Victoria se sepa que estamos aquí y que en Mompracem hay pocos hombres. Temo por mi
isla. Si la perdiéramos, ¿qué sería de nosotros?...
Están allí nuestros tesoros.
-Intentaré convencer al lord de que apresure la marcha. Entretanto, manda armar el
prao y reunir aquí a toda la tripulación. Hay que romper la escolta de improviso, para impedir
que el lord se deje arrastrar a cualquier acto desesperado.
-¿Hay muchos soldados en la quinta?
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