-Ya no hay ninguno por estos lugares.
-¿Queréis que os acompañe, sargento?
-Es inútil. Estaré de vuelta dentro de un par de horas.
Salió de la verja y se encaminó por el sendero que conducía a Victoria. Mientras
estuvo bajo las miradas del centinela procedía lentamente, pero apenas se vio protegido por la
vegetación apresuró el paso, metiéndose por medio de los árboles.
Había recorrido doscientos o trescientos metros, cuando vio un hombre lanzarse fuera
de un arbusto y cerrarle el paso. Enseguida le apuntó un fusil, mientras una voz amenazante le
gritaba:
-¡Rendíos o sois muerto!
-¿Así que ya no se me reconoce? -dijo Yáñez, quitándose el sombrero-. No tienes
buena vista, querido Paranoa.
-¡El señor Yáñez! -exclamó el malayo.
-En carne y hueso, amigo mío. ¿Qué haces aquí tan cerca de la quinta de lord
Guillonk?
-Espiaba la cerca.
-¿Dónde está Sandokán?
-A una milla de aquí. ¿Tenemos buenas noticias, señor Yáñez?
-No podrían ser mejores.
-¿Qué debo hacer, señor?
-Correr donde Sandokán y decirle que le espero aquí. Al mismo tiempo, transmite a
Juioko la orden de que prepare el prao.
-¿Nos vamos?
-Quizá esta misma noche.
-Voy enseguida.
-Un momento: ¿han llegado los dos praos? -No, señor Yáñez, y ya empezamos a temer
que se hayan perdido.
-¡Por Júpiter tonante! Tenemos poca suerte en nuestras expediciones. ¡Bah!
Tendremos hombres suficientes para abatir la escolta del lord. Vete, Paranoa, y date prisa.
-Desafío a un caballo.
El pirata partió con la velocidad de una flecha. Yáñez encendió un cigarrillo y luego se
tendió bajo una soberbia areca, fumando tranquilamente. No habían transcurrido veinte
minutos, cuando vio avanzar a Sandokán. Venía acompañado de Paranoa y de otros cuatro
piratas armados hasta los dientes.
-¡Yáñez, amigo mío! -exclamó Sandokán, precipitándose a su encuentro-. ¡Cuánto he
temido por ti!... ¿La has visto? ¡Háblame de ella, hermano mío!... ¡Cuéntame!... ¡Ardo de
curiosidad!
-Corres como un crucero -dijo el portugués, riendo-. Como ves, he cumplido mi
misión de verdadero inglés, e incluso de un verdadero pariente del bribón del baronet. ¡Qué
acogimiento, amigo mío! Nadie ha dudado un solo instante de mí.
-¿Ni siquiera el lord?
-¡OH!... ¡Él menos que nadie! Bástete saber que me aguarda para cenar.
-¿Y Marianna?
-La he visto, y la he encontrado tan hermosa que he tenido que volver la cabeza.
Cuando después la he visto llorar...
-¡La has visto llorar!... -gritó Sandokán con un tono que tenía algo de desgarrador-.
¡Dime quién ha sido el que la ha hecho derramar lágrimas! ¡Dímelo, e iré a arrancar el
corazón al maldito que ha hecho llorar a esos bellos ojos!
Página 132