Test Drive | Page 132

-Ya no hay ninguno por estos lugares. -¿Queréis que os acompañe, sargento? -Es inútil. Estaré de vuelta dentro de un par de horas. Salió de la verja y se encaminó por el sendero que conducía a Victoria. Mientras estuvo bajo las miradas del centinela procedía lentamente, pero apenas se vio protegido por la vegetación apresuró el paso, metiéndose por medio de los árboles. Había recorrido doscientos o trescientos metros, cuando vio un hombre lanzarse fuera de un arbusto y cerrarle el paso. Enseguida le apuntó un fusil, mientras una voz amenazante le gritaba: -¡Rendíos o sois muerto! -¿Así que ya no se me reconoce? -dijo Yáñez, quitándose el sombrero-. No tienes buena vista, querido Paranoa. -¡El señor Yáñez! -exclamó el malayo. -En carne y hueso, amigo mío. ¿Qué haces aquí tan cerca de la quinta de lord Guillonk? -Espiaba la cerca. -¿Dónde está Sandokán? -A una milla de aquí. ¿Tenemos buenas noticias, señor Yáñez? -No podrían ser mejores. -¿Qué debo hacer, señor? -Correr donde Sandokán y decirle que le espero aquí. Al mismo tiempo, transmite a Juioko la orden de que prepare el prao. -¿Nos vamos? -Quizá esta misma noche. -Voy enseguida. -Un momento: ¿han llegado los dos praos? -No, señor Yáñez, y ya empezamos a temer que se hayan perdido. -¡Por Júpiter tonante! Tenemos poca suerte en nuestras expediciones. ¡Bah! Tendremos hombres suficientes para abatir la escolta del lord. Vete, Paranoa, y date prisa. -Desafío a un caballo. El pirata partió con la velocidad de una flecha. Yáñez encendió un cigarrillo y luego se tendió bajo una soberbia areca, fumando tranquilamente. No habían transcurrido veinte minutos, cuando vio avanzar a Sandokán. Venía acompañado de Paranoa y de otros cuatro piratas armados hasta los dientes. -¡Yáñez, amigo mío! -exclamó Sandokán, precipitándose a su encuentro-. ¡Cuánto he temido por ti!... ¿La has visto? ¡Háblame de ella, hermano mío!... ¡Cuéntame!... ¡Ardo de curiosidad! -Corres como un crucero -dijo el portugués, riendo-. Como ves, he cumplido mi misión de verdadero inglés, e incluso de un verdadero pariente del bribón del baronet. ¡Qué acogimiento, amigo mío! Nadie ha dudado un solo instante de mí. -¿Ni siquiera el lord? -¡OH!... ¡Él menos que nadie! Bástete saber que me aguarda para cenar. -¿Y Marianna? -La he visto, y la he encontrado tan hermosa que he tenido que volver la cabeza. Cuando después la he visto llorar... -¡La has visto llorar!... -gritó Sandokán con un tono que tenía algo de desgarrador-. ¡Dime quién ha sido el que la ha hecho derramar lágrimas! ¡Dímelo, e iré a arrancar el corazón al maldito que ha hecho llorar a esos bellos ojos! Página 132