Test Drive | Page 130

hermano. -Ya habéis hecho demasiado viniendo aquí y os estaré agradecida hasta la muerte. -Eso no basta; hay que convencer al lord de que se retire a Victoria, para dar a Sandokán ocasión de actuar. -Pero si hablo yo, mi tío, que se ha vuelto extremadamente suspicaz, temerá cualquier traición y no abandonará la quinta. -Tenéis razón, adorable milady. Pero creo que ya ha decidido dejar la quinta y retirarse a Victoria. Si tiene alguna duda, yo trataré de disipársela. -Estad. en guardia, señor Yáñez, porque es bastante desconfiado y podría sospechar algo. Sois blancos, es cierto, pero ese hombre quizá sepa que Sandokán tiene un amigo de piel pálida. -Seré prudente. -¿Os espera el lord? -Sí, milady, me ha invitado a cenar. -Andad, no sea que sospeche. -¿Y vendréis vos? -Sí, más tarde volveremos a vernos. -Adiós, milady -dijo Yáñez, besándole caballerosamente la mano. -Andad, noble corazón; no os olvidaré jamás. El portugués salió como embriagado, deslumbrado por aquella espléndida criatura. -¡Por Júpiter! -exclamó, dirigiéndose hacia el gabinete del lord-. Jamás he visto una mujer tan bella, y realmente empiezo a envidiar a ese granuja de Sandokán. El lord le esperaba paseando de un lado a otro, con la frente fruncida y los brazos estrechamente cruzados. -Y bien, joven, ¿qué tal os ha acogido mi sobrina? -preguntó con voz dura e irónica. -Parece que no le gusta oír hablar de mi primo William -respondió Yáñez-. Poco faltó para echarme fuera. El lord sacudió la cabeza y sus arrugas se hicieron más profundas. -¡Siempre igual! ¡Siempre igual! -murmuró con los dientes apretados. Se puso a pasear de nuevo, encerrado en un silencio feroz, agitando nerviosamente los dedos, y luego, deteniéndose delante de Yáñez, que lo miraba sin hacer un gesto, le preguntó: -¿Qué me aconsejáis hacer? -Ya os he dicho, milord, que lo mejor que puede hacerse es ir a Victoria. -Es verdad. ¿Creéis vos que mi sobrina podrá amar un día a William? -le preguntó. -Eso espero, milord, pero antes es preciso que muera el Tigre de Malasia -respondió Yáñez. ¿Conseguirán matarlo? -La banda está cercada por nuestras tropas y las manda William. -Si es verdad, lo matará o se dejará matar por Sandokán. Conozco a ese joven: es diestro y valeroso. Calló otra vez y se asomó al balcón, mirando el sol que caía lentamente. Volvió a los pocos minutos, diciendo: -¿Entonces vos me aconsejáis partir? -Sí, milord -respondió Yáñez-. Aprovechad esta buena ocasión para abandonar la quinta y refugiaros en Victoria. -¿Y si Sandokán hubiera dejado emboscados algunos hombres en los alrededores del jardín? Me han dicho que estaba con él ese hombre blanco que se llama Yáñez, un hombre tan audaz que quizá no cede ni al Tigre de Malasia. «Gracias por el cumplido», murmuró Yáñez en su corazón, haciendo un esfuerzo supremo para contener la risa. Luego, mirando al lord, dijo: Página 130