estaban solos. -Hablad.
-¿Creéis que alguien puede oírnos?
Ella frunció la frente y lo miró fijamente, como si quisiera leer en su corazón y
adivinar el motivo de aquella pregunta.
-Estamos solos -respondió luego.
-Pues bien, milady, yo vengo de muy lejos... -¿De dónde?
-¡De Mompracem!
Marianna se puso en pie como empujada por un muelle y su palidez desapareció como
por ensalmo.
-¡De Mompracem! -exclamó, ruborizándose-. ¡Vos..., un blanco..., un inglés!...
-Os equivocáis, lady Marianna; yo no soy inglés: ¡yo soy Yáñez!
-¡Yáñez, el amigo, el hermano de Sandokán! ¡Ah, señor, qué temeridad entrar en esta
quinta! Decidme, ¿dónde está Sandokán? ¿Qué hace? ¿Se ha salvado o está herido? Habladme
de él o me haréis morir.
-Bajad la voz milady, las paredes pueden tener oídos.
-Habladme de él, valeroso amigo, habladme de mi Sandokán.
-Está vivo todavía, más vivo que antes, milady. Conseguimos escapar a la persecución
de los soldados sin demasiado esfuerzo y sin recibir ninguna herida. Sandokán se encuentra
ahora emboscado en el sendero que lleva a Victoria, dispuesto a raptaros.
-¡Ah, Dios mío, cuánto os agradezco que lo hayáis protegido! -exclamó la jovencita
con lágrimas en los ojos.
-Escuchadme ahora, milady.
-Hablad, mi valiente amigo.
-He venido aquí para convencer al lord de que abandone la quinta y se retire a
Victoria.
-¡A Victoria! Pero, cuando hayamos llegado allí, ¿cómo me raptaréis?
-Sandokán no esperará tanto, milady -dijo Yáñez sonriendo-. Está emboscado con sus
hombres, atacará la escolta y os raptará apenas salgáis de la quinta.
-¿Y mi tío?
-Lo trataremos bien, os lo aseguro. -¿Y me raptaréis?
-Sí, milady.
-¿Y dónde me llevará Sandokán?
-A su isla.
Marianna inclinó la cabeza sobre el pecho y calló.
-Milady -dijo Yáñez con voz grave-. No temáis: Sandokán es uno de esos hombres que
saben hacer feliz a la mujer que aman. Fue un hombre terrible, incluso cruel, pero el amor lo
ha cambiado, y os juro, señorita, que jamás os arrepentiréis de haberos convertido en la
esposa del Tigre de Malasia.
-Os creo -respondió Marianna-. ¿Qué importa que su pasado fuera terrible, que haya
inmolado víctimas a centenares, que haya cometido venganzas atroces? Él me adora, él hará
por mí todo lo que yo le diga, yo haré de él otro hombre. Yo abandonaré mi isla, él aban donará su Mompracem, nos iremos lejos de estos mares funestos, tan lejos que no volvamos a
oír hablar de ellos. En un rincón del mundo, olvidados de todos, pero felices, viviremos juntos
y nadie sabrá jamás que el marido de la Perla de Labuán es el antiguo Tigre de Malasia, el
hombre de las legendarias empresas, el hombre que hizo temblar a los reinos y que derramó
tanta sangre. ¡Sí, yo seré su esposa, hoy, mañana, siempre, y siempre lo amaré!
-¡Ah, divina lady! -exclamó Yáñez, cayendo de rodillas a sus pies-. Decidme qué
puedo hacer por vos, por liberaros y conduciros a Sandokán, mi buen amigo