Test Drive | Page 12

corría peligro de irse a pique, al menos por el momento, los dos barcos de presa reemprendieron el curso hacia Labuán, la isla habitada por aquella joven de los cabellos de oro, a la que Sandokán quería ver a toda costa. El viento se mantenía al noroeste y era bastante fresco; el mar seguía tranquilo, favoreciendo el curso de los dos praos, que corrían a diez u once nudos por hora. Sandokán, después de haber mandado limpiar el puente, arreglar las jarcias cortadas por las balas enemigas, arrojar al mar el cadáver de Araña y de otro pirata muerto de un balazo, y cargar los fusiles y las espingardas, encendió un espléndido narguile 15, procedente sin duda de algún bazar indio o persa, y llamó a Patán. El malayo se apresuró a obedecer. -Dime, malayo -dijo el Tigre, clavándole en el rostro dos ojos que infundían pavor-. ¿Sabes cómo ha muerto Araña de Mar? -Sí -respondió Patán, estremeciéndose al ver al pirata tan ceñudo. -Cuando yo voy al abordaje, ¿sabes cuál es tu sitio? -Detrás de vos. -Y tú no estabas allí, y Araña ha muerto en tu lugar. -Es verdad, capitán. -Debería fusilarte por esta falta, pero tú eres un valiente y no me gusta sacrificar inútilmente a los valientes. Pero, en el primer abordaje, te dejarás matar a la cabeza de mis hombres. -Gracias, Tigre. -Sabau -exclamó después Sandokán. Otro malayo, cuyo rostro estaba cruzado por una profunda herida, se acercó. -¿Has sido tú el primero en saltar al junco detrás de mí? -le preguntó Sandokán. -Sí, Tigre. -Está bien. Cuando muera Patán, tú le sucederás en el mando. Dicho esto, at