Test Drive | Page 11

Romades. -¡Ah! -exclamó Sandokán con ira-. ¡Hay hombres que huyen en lugar de luchar! ¡Patán, haz fuego sobre esos cobardes! El malayo disparó a flor de agua una carga de metralla que destrozó el bote, fulminando a todos los que iban en él. -¡Bravo, Patán! -gritó Sandokán-. Y ahora, déjame ese barco raso como una barcaza, pues veo aún sobre él una numerosa tripulación. ¡Después lo enviaremos a reparar a los arsenales del rajá, si los tiene! Los dos barcos corsarios reemprendieron la infernal música, lanzando balas, granadas y ráfagas de metralla hacia el pobre barco, destrozando el palo del trinquete y desfondando las amuras y los costados, reduciendo su maniobrabilidad y matando a sus marineros, que se defendían desesperadamente a tiros de fusil. -¡Bravos! -exclamó Sandokán, que admiraba el valor de los pocos hombres que habían quedado en el junco-. ¡Tirad, tirad aún contra nosotros! ¡Sois dignos de combatir contra el Tigre de Malasia! Los dos barcos corsarios, envueltos en una nube de los siete u ocho hombres que aún sobrevivían, viendo a los otros piratas invadir la cubierta, tiraron las armas. -¿Quién es el capitán? -preguntó Sandokán. -Yo -contestó un chino, y se adelantó temblando. -Eres un valiente y tus hombres son dignos de ti -dijo Sandokán-. ¿Adónde vais? -A Sarawak. Una profunda arruga se dibujó en la amplia frente del pirata. -¡Ah! -exclamó con voz ronca-. Vas a Sarawak. ¿Y qué hace el rajá Brooke, el exterminador de los piratas? -No lo sé, porque falto de Sarawak desde hace varios meses. -No importa, pero le dirás que un día iré a echar el ancla a su bahía y que allí esperaré sus barcos. ¡Y veremos si el exterminador de los piratas será capaz de vencer a los míos! Después se arrancó del cuello una hilera de diamantes de trescientas o cuatrocientas mil liras de valor y, ofreciéndosela al capitán del junco, dijo: -Tómalos, valiente. Siento haberte destrozado el junco, pero con estos diamantes podrás comprarte otros diez. -Pero ¿quién sois vos? -preguntó el capitán, estupefacto. Sandokán se le acercó y, poniéndole las manos en los hombros, le dijo: -Mírame bien: yo soy el Tigre de Malasia. Y luego, antes de que el capitán y sus marineros pudieran reponerse de su asombro y terror, Sandokán y sus piratas ya habían vuelto a sus barcos. -¿Ruta? -preguntó Patán. El Tigre levantó el brazo indicando hacia el este; luego, con voz metálica, en la que se notaba una gran vibración, gritó: -¡Cachorros, a Labuán! ¡A Labuán! 3 El crucero Después de haber abandonado el desarbolado y hendido junco, que sin embargo no Página 11