dañados, que no han podido hacerse enseguida a la mar. Hasta que no encontremos los pecios,
no tenemos por qué creer que se hayan hundido.
-Pero nosotros no podemos esperar, Yáñez. ¿Quién me dice que el lord se quedará
todavía mucho tiempo en su quinta?
-Tampoco tienes por qué desearlo, amigo.
-¿Qué quieres decir, Yáñez?
-Que tenemos hombres suficientes para atacarlo si tuviera que abandonar su quinta, y
para arrebatarle a su preciosa sobrina.
-¿Querrías intentar un golpe semejante?
-¿Y por qué no? Nuestros cachorros son todos valientes y, aunque el lord llevase
consigo el doble de soldados, seguro que no dudarían en emprender la lucha. Estoy
madurando un bonito plan y espero que tendrá un espléndido resultado. Déjame descansar
esta noche; mañana comenzaremos a actuar.
-Confío en ti, Yáñez.
-No te desanimes, Sandokán.
-Pero el prao no podemos dejarlo aquí. Puede ser descubierto por algún barco que se
acerque a la bahía o por algún cazador que baje al río a disparar contra los pájaros acuáticos.
-He pensado en todo, Sandokán. Paranoa ha recibido ya instrucciones a este respecto.
Ven, Sandokán. Vamos a comer un bocado y después echémonos a dormir. Te confieso que
yo no puedo más.
Mientras los piratas, bajo la dirección de Paranoa, desmontaban todas las jarcias del
barco, Yáñez y Sandokán subieron al pequeño cuadro de popa y dieron un asalto a las
provisiones.
Calmada el hambre, que hacía ya tantas horas que los atormentaba, se echaron,
vestidos como estaban, sobre sus camastros.
El portugués, que ya no se tenía en pie, se durmió enseguida profundamente;
Sandokán, en cambio, tardó mucho en cerrar los ojos.
Tétricos pensamientos y siniestras inquietudes lo retrocedieron rápidamente hasta las
orillas de la pequeña ciénaga.
Apenas vieron que el prao echaba el ancla junto a los cañaverales espesísimos de las
orillas, subieron a bordo.
Sandokán con un gesto ordenó silencio a la tripulación, que iba a saludar a los dos
jefes de la piratería con una intempestiva explosión de alegría.
-Los enemigos quizá no estén lejos -dijo-. Así pues, os ordeno el más absoluto
silencio, para no dejarnos sorprender antes de la realización de mis planes.
Luego, volviéndose hacia el subjefe, le preguntó con una emoción tan viva que tenía la
voz casi trémula:
-¿No han llegado los otros dos praos?
-No, Tigre de Malasia -respondió el pirata-. Durante la ausencia de Paranoa he
visitado todas las costas próximas, acercándome incluso hacia las de Borneo, pero no hemos
visto a nuestras naves en ninguna dirección.
-¿Y tú qué crees?
El pirata no respondió: vacilaba.
-Habla -dijo Sandokán.
-Yo creo, Tigre de Malasia, que nuestros dos barcos se han estrellado contra las costas
septentrionales de Borneo.
Sandokán se clavó las uñas en el pecho, mientras un suspiro sibilante se escapaba de
sus labios.
Página 119