islote boscoso.
-Si encendemos aquí los fuegos, el prao podrá entrar en la bahía sin correr peligro de
encallar -dijo Yáñez.
-Pero le haremos remontar el río -replicó Sandokán-. Me conviene esconderlo de las
miradas de los ingleses.
-Yo me encargo de eso -propuso Yáñez-. Nosotros lo esconderemos en la ciénaga
entre las cañas, cubriéndolo enteramente con ramas y con hojas, después de haberle quitado
los palos y todas las jarcias. ¡Eh, Paranoa, haz la señal!
El malayo no perdió tiempo. En la orilla de un bosquecillo recogió leña seca, formó
dos haces y, colocándolos a cierta distancia uno de otro, los encendió.
Un momento después los tres piratas vieron desaparecer el farol blanco del prao, y
brillar en su lugar un punto rojo.
-Nos han visto -dijo Parano