-¡Fatalidad!... ¡Fatalidad!... -murmuró con voz sorda-. La muchacha de los cabellos de
oro traerá la desventura a los tigres de Mompracem.
-Valor, hermanito mío -le dijo Yáñez, poniéndole una mano en el hombro-. No
desesperemos todavía. Quizá nuestros praos han sido empujados muy lejos y tan gravemente
dañados, que no han podido hacerse enseguida a la mar. Hasta que no encontremos los pecios,
no tenemos por qué creer que se hayan hundido.
-Pero nosotros no podemos esperar, Yáñez. ¿Quién me dice que el lord se quedará
todavía mucho tiempo en su quinta?
-Tampoco tienes por qué desearlo, amigo.
-¿Qué quieres decir, Yáñez?
-Que tenemos hombres suficientes para atacarlo si tuviera que abandonar su quinta, y
para arrebatarle a su preciosa sobrina.
-¿Quer