estarían buscándoos.
-¿Y te has atrevido a meterte solo aquí dentro?
-preguntó Yáñez.
-De las fieras no tengo miedo.
-Pues por poco no te ha hecho pedazos el orangutang.
-Aún no me había cogido, señor Yáñez, y, como habéis visto, le he metido una bala en
su cabezota.
-¿Y han llegado todos los praos?
-Cuando salí para venir a vuestro encuentro, no había llegado ningún otro barco más
que el mío.
-¿Ningún otro? -exclamó Sandokán con ansiedad.
-No, capitán.
-¿Cuándo dejaste la desembocadura del río?
-Ayer por la mañana.
-¿Les habrá ocurrido a los otros barcos alguna desgracia? -se preguntó Yáñez, mirando
a Sandokán con angustia.
-Quizá la tempestad los haya transportado muy al norte -respondió el Tigre.
-Puede haber sucedido eso, capitán -dijo Paranoa-. El viento del s