abalanzó hacia adelante, subiendo a la rama.
Reuniendo sus fuerzas, levantó en el aire a la fiera, empezó a voltearla como si fuera
un ratón, y después la arrojó con ímpetu irresistible contra el enorme tronco del durion.
Se oyó un golpe seco, como de una caja ósea que se quiebra; la pobre bestia,
abandonada por su enemigo, rodó inanimada por el suelo, deslizándose entre las negras aguas
del riachuelo.
El cráneo, abierto del golpe, había dejado sobre el tronco del árbol una gran mancha
sanguinolenta mezclada con pedazos de materia cerebral.
-¡Por Júpiter! ¡Qué golpe maestro!... -murmuró Yáñez-. No creí que ese simio pudiera
desembarazarse tan pronto de la pantera.
-Vence a todos los animales de la selva, incluso a la serpiente pitón -respondió
Sandokán.
-¿Hay peligro de que la emprenda también con nosotros?
-Está tan irritado, que no se andana con miramientos, si nos ve.
-Pero me parece que se encuentra en muy malas condiciones. Está manando sangre por
todas pa