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encerraban el curso del agua. Para abrirse paso, había que echar mano del kriss y trabajar de lo lindo. -No podemos subir -dijo-. Al primer golpe dado con el cuchillo, mafias y pantera se lanzarían sobre nosotros de común acuerdo. Quedémonos aquí e intentemos que no nos descubran. La lucha no será larga. -Después tendremos que enfrentarnos con el vencedor. -Probablemente se encontrará entonces en tan malas condiciones, que no nos impedirá el paso. -¡Preparémonos!... La pantera se impacienta. -Y el maias ya no puede contener sus deseos de romper las costillas a su vecina. -Monta el fusil, Sandokán. Nunca se sabe lo que puede suceder. -Estoy preparado para fusilar al uno y a la otra y... Un aullido espantoso, algo parecido al mugido de un toro furioso, le cortó la palabra. El orangutang había llegado al colmo de la rabia. Viendo que la pantera no se decidía a abandonar la rama y descender hacia la orilla, el orangutang se adelantó amenazadoramente, emitiendo un segundo aullido y golpeándose fuertemente el pecho, que resonaba lo mismo que un tambor. Aquel enorme simio daba miedo. Su pelambrera rojiza se había erizado, su rostro había. adquirido una expresión de ferocidad inaudita y sus largos dientes, tan fuertes que pueden romper el cañón de un fusil como si fuera un simple palito, crujían. La pantera, al verlo acercarse, se había encogido sobre sí misma como si se preparase a lanzarse, pero no parecía tener prisa por abandonar la rama. El orangutang se agarró con un pie a una gruesa raíz que serpenteaba por el suelo, y luego, inclinándose sobre el río, tomó con ambas manos la rama sobre la que estaba su adversaria y la sacudió con fuerza hercúlea, haciéndola crujir. La sacudida fue tan poderosa que la pantera, a pesar de haber clavado en la madera sus poderosas garras, no pudo sostenerse y cayó al río. Fue sin embargo un relámpago. Apenas había tocado el agua, cuando se lanzó nuevamente a la rama. Descansó un momento, y después se arrojó a la desesperada sobre el gigantesco simio, clavándole las uñas en los hombros y en los muslos. El cuadrumano emitió un aullido de dolor. La sangre, que había brotado súbitamente, le corría entre los pelos goteando en el río. Satisfecha del feliz resultado de aquel fulminante ataque, la fiera intentó soltarse para volver a alcanzar la rama antes de que el adversario volviera al contraataque. Con una cabriola magistral saltó sobre sí misma, sirviéndose del largo pecho del simio como punto de apoyo, y se lanzó hacia atrás. Con dos garras se agarró a la rama hundiendo las uñas en la corteza, pero no pudo lanzarse otra vez hacia adelante como hubiera sido su intención. El orangutang, a pesar de las espantosas heridas, había alargado rápidamente los brazos y aferrado la cola de la adversaria. Aquellas manos, dotadas de una fuerza terrible, ya no iban a soltar aquel apéndice. Se estrecharon como una prensa, arrancando a la fiera un aullido de dolor. -Pobre pantera -dijo Yáñez, que seguía con vivo interés las diversas fases de aquella lucha salvaje. -Está perdida -repuso Sandokán-. Si no se le arranca la cola, cosa imposible, ya no escapará al apretón del majas. El pirata no se engañaba. El orangutang, sintiendo entre sus manos la cola, se Página 113