Dos formidables enemigos estaban frente a los dos piratas, a cuál más peligroso, pero
parecía que por el momento no tenían ninguna intención de ocuparse de los dos hombres,
porque en vez de descender a lo largo del torrente, se movían rápidamente el uno contra el
otro, como si quisieran medir sus fuerzas.
El animal que Sandokán había llamado harimanbintang era una espléndida pantera de
Sonda; el otro, en cambio, era uno de esos grandes simios, llamados mafias u orang utang (en
malayo, «hombre salvaje»), que son aún tan numerosos en Borneo y en las islas vecinas, y
muy temidos por su fuerza prodigiosa y por su ferocidad.
La pantera, quizá hambrienta, al ver al hombre de los bosques pasar por la ribera
opuesta, se había lanzado prontamente sobre una gruesa rama que se curvaba casi
horizontalmente sobre la corriente, formando una especie de puente. Como ya se dijo, era una
fiera tan bellísima como peligrosa.
Tenía la talla y en cierto modo también el aspecto de un tigre pequeño, pero con la
cabeza más redonda y poco desarrollada, patas cortas y robustas y el pelaje amarillo oscuro a
manchas y con rosetas más oscuras. Debía de medir por lo menos metro y medio de longitud,
así que debía de ser una de las más grandes de la familia.
Su adversario era un feo y enorme simio, de cerca de un metro cuarenta de estatura,
pero con los brazos tan largos, que alcanzaban en conjunto la longitud de dos metros y medio.
Su cara, bastante larga y arrugada, tenía un aspecto ferocísimo, especialmente con
aquellos ojillos hundidos y en continuo movimiento, y el pelaje rojizo que la encuadraba.
El pecho de aquel cuadrumano tenía un desarrollo verdaderamente enorme y los
músculos de los brazos y de las piernas formaban verdaderas nudosidades, indicio de una
fuerza prodigiosa.
Estos simios, que los indígenas llaman metas, mías y también maf