Test Drive | Page 111

entre las fauces del animal. Al mismo tiempo, Yáñez le asestaba en el cráneo un culatazo tan fuerte, que lo destrozó de golpe. -Me parece que ya tiene bastante -dijo Sandokán, levantándose y empujando con el pie al perrazo ya agonizante-. Si los ingleses no tienen más aliados que echarnos a los talones, perderán inútilmente el tiempo. -Ten cuidado, no vayan a venir los hombres detrás del perro. -A estas horas ya habrían hecho fuego sobre nosotros. Vamos, Yáñez. Corramos al sendero. Los dos piratas, sin preocuparse de nada más, se ocultaron entre los árboles, intentando seguir el viejo sendero. Las plantas, las raíces y sobre todo los rotang y los calamus lo habían invadido; no obstante, había quedado una señal bastante visible y se podía seguir sin gran esfuerzo. Sin embargo, a cada instante los dos hombres daban con la cabeza contra ciertas telas de araña, tan desmesuradas y tenaces que podían aprisionar sin romperse volátiles pequeños, o bien tropezaban contra las raíces serpenteantes entre las hierbas, dando de vez en cuando tumbos desagradables. Numerosos lagartos voladores, espantados por la aparición de los dos piratas, huían desordenadamente en todas las direcciones, y algún reptil, perturbado en su sueño, se alejaba precipitadamente, haciendo oír un silbido amenazador. Pero bien pronto también el sendero desapareció, y Yáñez y Sandokán se vieron obligados a recomenzar sus maniobras aéreas entre los rotang, los gambir y los calamus, poniendo en fuga o irritando a los bigit, monos de negrísima pelambre que abundaban en Borneo y en las islas vecinas y que están dotados de una agilidad increíble. Olores nauseabundos se levantaban de aquellas aguas negras, emanaciones producidas por la corrupción de las hojas y de la fruta acumuladas en el lecho del riachuelo. Había peligro de incubar una fuerte fiebre. Los dos piratas habían recorrido un cuarto de kilómetro, cuando Yáñez se detuvo bruscamente, agarrándose a una gruesa rama que se extendía de un lado al otro del torrente. -¿Qué pasa, Yáñez? -preguntó Sandokán, quitándose el fusil de la espalda. -¡Escucha! El pirata se inclinó hacia adelante escuchando, y tras unos momentos dijo: -Alguien se acerca. En el mismo instante, un poderoso mugido, que se hubiera dicho había sido lanzado por un toro espantado o irritado, resonó bajo las arcadas de vegetación, haciendo callar de golpe los gorjeos de los pájaros y la risa estridente de los pequeños monos. -En guardia, Yáñez -dijo Sandokán-. Tenemos un matas ante nosotros. -Hay también otro enemigo, quizá más temible que el primero. -¿Qué quieres decir? -Mira allí, sobre aquella gruesa rama que atraviesa el riachuelo. Sandokán se alzó sobre la punta de los pies y lanzó una rápida mirada ante sí. -¡Ah! -murmuró, sin manifestar la más mínima aprensión-. ¡Un mafias por una parte y un harimanbintang48 por otra! Veremos si son capaces de cerrarnos el paso. Prepara tu fusil y dispongámonos a todo. 21 El ataque de la pantera 48 Como el propio Salgari explica a continuación, se trata de un orangután y una pantera. Página 111