sacrificios. -Es un buen consejo.
-Una vez destruida la escolta o puesta en fuga, raptaremos a la muchacha y
volveremos enseguida a Mompracem.
-¿Y el lord?
-Lo dejaremos donde quiera. ¿Qué nos importa
él? Que se vaya a Sarawak o a Inglaterra, poco cuenta. -No irá ni a un sitio ni a otro,
Yáñez. -¿Qué quieres decir?
-Que no nos dará un momento de tregua y que lanzará contra nosotros todas las
fuerzas de Labuán. -¿Y te asustas de eso?
-¿Yo?... ¿Acaso el Tigre de Malasia tiene miedo de ellos?... Vendrán muchos y
poderosamente armados, decididos a expugnar mi isla, pero encontrarán pan para sus dientes.
En Borneo hay legiones de salvajes dispuestos a acudir con presteza bajo mis banderas.
Bastaría que yo mandase emisarios a las Romades y a las costas de la gran isla para ver llegar
decenas de praos.
-Lo sé, Sandokán.
-Como ves, Yáñez, podría, si quisiera, desencadenar la guerra incluso en las orillas de
Borneo y lanzar hordas de feroces salvajes sobre esta aborrecida isla. -Sin embargo, no lo
harás, Sandokán. -¿Por qué?
-Cuando hayas raptado a Marianna Guillonk, no te preocuparás más de Mompracem ni
de tus cachorros. ¿No es verdad, hermanito?
Sandokán no respondió. Sin embargo, de sus labios salió un suspiro tan fuerte que
parecía un lejano rugido.
-La muchacha está llena de energía, es una de esas mujeres que no se haría de rogar
para combatir intrépidamente al lado del hombre amado, pero miss Mary no llegará jamás a
ser la reina de Mompracem.
-¿Es así, Sandokán?
También esta vez el pirata permaneció silencioso. Se cogió la cabeza entre las manos,
y sus ojos, animados por una sombría llama, miraban al vacío, quizá muy lejos, intentando
leer el futuro.
-Tristes días se preparan para Mompracem -continuó Yáñez-. Dentro de pocos meses,
o quizá menos aún, dentro de unas semanas, la formidable isla habrá perdido todo su prestigio
e incluso a sus terribles tigres. En fin, tenía que suceder así. Tenemos tesoros inmensos y nos
iremos a disfrutar de una vida tranquila en alguna opulenta ciudad de Extremo Oriente.
-Calla -dijo Sandokán con voz sorda-. Calla, Yáñez. Tú no puedes saber cuál será el
destino de los tigres de Mompracem.
-Se puede adivinar.
-Quizá te equivoques.
-¿Entonces qué ideas tienes?
-No te lo puedo decir todavía. Esperemos los acontecimientos. ¿Quieres que sigamos?
-Es todavía un poco pronto.
-Estoy impaciente por volver a ver los praos.
-Los ingleses pueden estar esperándonos a la orilla de la selva.
-Ya no los temo.
-Ten cuidado, Sandokán. Estás a punto de meterte en un feo berenjenal. Una bala de
carabina bien dirigida puede mandarte al otro mundo.
-Seré prudente. Mira, me parece que allí empieza a aclararse un poco la selva. Vamos,
Yáñez. La fiebre me devora.
-Como quieras.
Página 109