Los de la quinta, comprendiendo finalmente que se trataba de algo grave y
sospechando quizá que sus compañeros habían descubierto al formidable Tigre de Malasia,
corrían a través del jardín para alcanzar las empalizadas.
-Demasiado tarde, queridos míos -dijo Yáñez-. Llegaremos nosotros antes.
-Vamos a escape -dijo Sandokán-. No nos dejaremos cortar el camino.
-Mis piernas están listas.
Volvieron a correr con el mismo vigor, manteniéndose ocultos en medio de los árboles
y, una vez llegados a la cerca, la atravesaron de dos saltos, dejándose caer del otro lado.
-¿No hay nadie? -preguntó Sandokán. -No se ve un alma.
-Lancémonos al bosque. Les haremos perder nuestra pista.
La selva no estaba más que a dos pasos. Ambos se metieron en el interior, corriendo
hasta perder el resuello