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-¿Y tú? -Preparo una hermosa sorpresa a los casacas rojas. Yáñez tomó la carabina, la montó y se tendió entre las cenizas. Sandokán se inclinó sobre el prisionero, diciéndole: -Ten cuidado, porque, como intentes dar un solo grito, te clavo el puñal en la garganta, y te advierto que la punta ha sido envenenada con el jugo mortal del upa:45 Si quieres vivir, no hagas un solo movimiento. Dicho esto, se levantó y empujó las paredes de la estufa en distintos lugares. -Será una espléndida sorpresa -dijo-. Esperemos el momento oportuno para mostrarnos. Entretanto, los soldados habían entrado en el invernadero y removían con rabia los tiestos, soltando imprecaciones contra el Tigre de Malasia y su camarada. Como no encontraban nada, fijaron sus miradas en la gran estufa. -¡Por mil cañones! -exclamó el escocés-. ¿Habrán asesinado a nuestro camarada y lo habrán escondido después ahí dentro? -Vamos a ver -dijo otro. -Despacio, compañero --dijo un tercero-. La estufa es lo suficientemente amplia como para ocultar más de un hombre. Sandokán se había apoyado entonces contra las paredes, dispuesto a dar un empujón tremendo. -Yáñez -dijo-, prepárate a seguirme. Al oír abrirse la portezuela, Sandokán se retiró unos pasos y luego se lanzó. Se oyó un sordo fragor, y a continuación las paredes, desfondadas por aquella poderosa sacudida, cedieron. -¡El Tigre! -gritaron los soldados, arrojándose a derecha e izquierda. En medio del derrumbamiento de los ladrillos había aparecido de improviso Sandokán, con la carabina en la mano y el kriss entre los dientes. Disparó contra el primer soldado que vio delante y luego se lanzó con ímpetu irresistible sobre los demás, derribando a otros dos, y después atravesó el invernadero, seguido de Yáñez. 20 A través de la selva El espanto experimentado por los soldados al ver aparecer ante sí al formidable pirata había sido tal, que en ese momento ninguno había pensado en hacer uso de sus armas. Cuando, repuestos de la sorpresa, quisieron emprender la ofensiva, ya era demasiado tarde. Los dos piratas, sin cuidarse de los toques de trompeta que salían de la quinta y de los tiros de fusil de los soldados desplegados por el jardín, tiros disparados al azar, pues aquellos hombres aún no sabían qué había sucedido, se encontraban ya en medio de los parterres y arbustos. En dos minutos, corriendo furiosamente, llegaron en medio de los grandes árboles. Resoplaron y miraron a su alrededor. Los soldados que habían intentado bloquearlos en la estufa se habían lanzado fuera del invernadero, desgañitándose a voz en cuello y haciendo fuego entre los árboles. Veneno que se extrae del látex de diversos árboles, empleado por los indígenas de Java para envenenar sus flechas. La especie más empleada es la morácea Antiaris toxicaria 45 Página 106