por el cuello, el portugués le ponía la mordaza en la boca. A pesar de que el ataque fue
fulminante, el jovencito tuvo tiempo de dar un grito agudo.
-Rápido, Yáñez -dijo Sandokán.
El portugués tomó en sus brazos al inglés y lo transportó rápidamente a la estufa.
Sandokán lo alcanzó a los pocos momentos. Estaba bastante inquieto porque no había
tenido tiempo de recoger la carabina del prisionero, al ver dos soldados que se lanzaban hacia
el sendero.
-Estamos en peligro, Yáñez -dijo, entrando rápidamente en la estufa.
-¿Se han dado cuenta de que hemos raptado al soldado? -preguntó Yáñez
palideciendo.
-Deben de haber oído el grito.
-Entonces estamos perdidos.
-Todavía no. Pero, si ven en el suelo la carabina de su camarada, seguro que vendrán
aquí a buscar.
-No perdamos tiempo, hermanito mío. Salgamos de aquí y corramos hacia la cerca.
-Nos fusilarán antes de haber andado cincuenta pasos. Quedémonos en la estufa y
esperemos con calma los acontecimientos. Por otra parte, estamos armados y dispuestos a
todo.
-Me parece que vien