precioso sin resultado. El Tigre de Malasia debe de encontrarse en el jardín y quizá a estas
horas a punto de saltar la cerca.
-Salgamos deprisa -dijeron todos-. No será aquí donde ganemos las mil libras
esterlinas prometidas por el lord.
Los soldados se batieron precipitadamente en retirada, cerrando con estrépito la puerta
del invernadero. Durante algunos instantes se oyeron sus pasos y sus voces, y después nada
más.
El portugués respiró largamente.
-¡Cuerpo de cien mil espingardas! -exclamó-. Me parece haber vivido cien años en
pocos segundos. Ya no daba una piastra por nuestra piel. Por poco que el soldado se hubiera
alargado, nos hubiera descubierto a los dos. Se podría encender un cirio a la Virgen del Pilar.
-No niego que el momento haya sido terrible -respondió Sandokán-. Cuando he
entrevisto a pocos palmos de mí aquella cabeza, lo he visto todo rojo delante de mis ojos y no
sé quién me habrá impedido hacer fuego.
-¡Hubiera sido una fea situación!
-Pero ahora ya no tenemos nada que temer. Continuarán su búsqueda en el jardín, y
luego acabarán por persuadirse de que ya no estamos aquí.
-¿Y cuándo nos iremos?... Desde luego no tendrás la idea de quedarte aquí una
semana. Piensa que los praos pueden haber llegado ya a la desembocadura del río.
-No tengo ninguna intención de quedarme aquí encerrado, tanto más cuanto que no
abundan los víveres. Esperemos a que ceda un poco la vigilancia de los ingleses y ya verás
cómo levantamos el vuelo. Yo también tengo un gran deseo de saber si nuestros hombres han
llegado, porque sin su ayuda nos será imposible raptar a mi Marianna.
-Sandokán mío, vamos a ver si hay algo que poner bajo los dientes o con que remojar
el gaznate. -Salgamos, Yáñez.
El portugués, que se sentía ahogar dentro de aquella estufa hollinienta, echó la
carabina por delante y luego se arrastró hasta la portezuela, saltando ágilmente sobre un tiesto
que es х