»Evidentemente, este Godfrey Norton era un factor importante en el asunto. Es
abogado; esto me sonó mal. ¿Qué relación había entre ellos y cuál era el motivo de sus
repetidas visitas? ¿Era ella su cliente, su amiga o su amante? De ser lo primero,
probablemente habría puesto la fotografía bajo su custodia. De ser lo último, no era tan
probable que lo hubiera hecho. De esta cuestión dependía el que yo continuara mi trabajo
en Briony o dirigiera mi atención a los aposentos del caballero en el Temple. Se trataba
de un aspecto delicado, que ampliaba el campo de mis investigaciones. Temo aburrirle
con estos detalles, pero tengo que hacerle partícipe de mis pequeñas dificultades para que
pueda usted comprender la situación.
––Le sigo atentamente ––respondí.
––Estaba todavía dándole vueltas al asunto cuando llegó a Briony un coche muy
elegante, del que se apeó un caballero. Se trataba de un hombre muy bien parecido,
moreno, de nariz aguileña y con bigote. Evidentemente, el mismo hombre del que había
oído hablar. Parecía tener mucha prisa, le gritó al cochero que esperara y pasó como una
exhalación junto a la doncella, que le abrió la puerta, con el aire de quien se encuentra en
su propia casa.
»Permaneció en la casa una media hora, y pude verle un par de veces a través de las
ventanas de la sala de estar, andando de un lado a otro, hablando con agitación y moviendo
mucho los brazos. A ella no la vi. Por fin, el hombre salió, más excitado aún que
cuando entró. Al subir al coche, sacó del bolsillo un reloj de oro y lo miró con
preocupación. "¡Corra como un diablo! ––ordenó––. Primero a Gross & Hankey, en
Regent Street, y luego a la iglesia de Santa Mónica, en Edgware Road. ¡Media guinea si
lo hace en veinte minutos!"
»Allá se fueron, y yo me preguntaba si no convendría seguirlos, cuando por el callejón
apareció un pequeño y bonito landó, cuyo cochero llevaba la levita a medio abrochar, la
corbata debajo de la oreja y todas las correas del aparejo salidas de las hebillas. Todavía
no se había parado cuando ella salió disparada por la puerta y se metió en el coche. Sólo
pude echarle un vistazo, pero se trata de una mujer deliciosa, con una cara por la que un
hombre se dejaría matar.
»––A la iglesia de Santa Mónica, John ––ordenó––. Y medio soberano si llegas en
veinte minutos.
»Aquello era demasiado bueno para perdérselo, Watson. Estaba dudando si hacer el
camino corriendo o agarrarme a la trasera del landó, cuando apareció un coche por la
calle. El cochero no parecía muy interesado en un pasajero tan andrajoso, pero yo me
metí dentro antes de que pudiera poner objeciones. "A la iglesia de Santa Mónica ––dije–
–, y medio soberano si llega en veinte minutos." Eran las doce menos veinticinco y, desde
luego, estaba clarísimo lo que se estaba cociendo.
»Mi cochero se dio bastante prisa. No creo haber ido tan rápido en la vida, pero los
otros habían llegado antes. El coche y el landó, con los caballos sudorosos, se
encontraban ya delante de la puerta cuando nosotros llegamos. Pagué al cochero y me
metí corriendo en la iglesia. No había ni un alma, con excepción de las dos personas que
yo había seguido y de un clérigo con sobrepelliz que parecía estar amonestándolos. Los
tres se encontraban de pie, formando un grupito delan FRFV