4. El misterio de Boscombe Valley
Estábamos una mañana sentados mi esposa y yo cuando la doncella trajo un telegrama.
Era de Sherlock Holmes y decía lo siguiente:
«¿Tiene un par de días libres? Me han telegrafiado desde el oeste de Inglaterra a
propósito de la tragedia de Boscombe Valley. Me alegraría que usted me acompañase.
Atmósfera y paisaje maravillosos. Salgo de Paddington en el tren de las 11.15».
––¿Qué dices a esto, querido? ––preguntó mi esposa, mirándome directamente––. ¿Vas
a ir?
––No sé qué decir. En estos momentos tengo una lista de pacientes bastante larga.
––¡Bah! Anstruther se encargará de ellos. Últimamente se te ve un poco pálido. El
cambio te sentará bien, y siempre te han interesado mucho los casos del señor Sherlock
Holmes.
––Sería un desagradecido si no me interesaran, en vista de lo que he ganado con uno
solo de ellos ––respondí––. Pero si voy a ir, tendré que hacer el equipaje ahora mismo,
porque sólo me queda media hora.
Mi experiencia en la campaña de Afganistán me había convertido, por lo menos, en un
viajero rápido y dispuesto. Mis necesidades eran pocas y sencillas, de modo que, en menos
de la mitad del tiempo mencionado, ya estaba en un coche de alquiler con mi maleta,
rodando en dirección a la estación de Paddington. Sherlock Holmes paseaba andén arriba
y andén abajo, y su alta y sombría figura parecía aún más alta y sombría a causa de su
largo capote gris de viaje y su ajustada gorra de paño.
––Ha sido usted verdaderamente amable al venir, Watson ––dijo––. Para mí es
considerablemente mejor tener al lado a alguien de quien fiarme por completo. La ayuda
que se encuentra en el lugar de los hechos, o no vale para nada o está influida. Coja usted
los dos asientos del rincón y yo sacaré los billetes.
Teníamos todo el compartimento para nosotros, si no contamos un inmenso montón de
papeles que Holmes había traído consigo. Estuvo hojeándolos y leyéndolos, con intervalos
dedicados a tomar notas y a meditar, hasta que dejamos atrás Reading. Entonces
hizo de pronto con todos ellos una bola gigantesca y la tiró a la rejilla de los equipajes.
––¿Ha leído algo acerca del caso? ––preguntó.
––Ni una palabra. No he leído un periódico en varios días. ––La prensa de Londres no
ha publicado relatos muy completos. Acabo de repasar todos los periódicos recientes a fin
de hacerme con los detalles. Por lo que he visto, parece tratarse de uno de esos casos
sencillos que resultan extraordinariamente difíciles.
––Eso suena un poco a paradoja.
––Pero es una gran verdad. Lo que se sale de lo corriente constituye, casi
invariablemente, una pista. Cuanto más anodino y vulgar es un crimen, más difícil resulta
resolverlo. Sin embargo, en este caso parece haber pruebas de peso contra el hijo del
asesinado.
––Entonces, ¿se trata de un asesinato?
––Bueno, eso se supone. Yo no aceptaré nada como seguro hasta que haya tenido
ocasión de echar un vistazo en persona. Voy a explicarle en pocas palabras la situación,
tal y como yo la he entendido.
»Boscombe Valley es un distrito rural de Herefordshire, situado no muy lejos de Ross.
El mayor terrateniente de la zona es un tal John Turner, que hizo fortuna en Australia y
regresó a su país natal hace algunos años. Una de las granjas de su propiedad, la de
Hatherley, la tenía arrendada al señor Charles McCarthy, otro ex australiano. Los dos se
habían conocido en las colonias, por lo que no tiene nada de raro que cuando vinieron a
establecerse aquí procuraran estar lo más cerca posible uno del otro. Según parece,
Turner era el más rico de los dos, así que McCarthy se convirtió en arrendatario suyo,
pero al parecer seguían tratándose en términos de absoluta igualdad y se los veía mucho
juntos. McCarthy tenía un hijo, un muchacho de dieciocho años, y Turner tenía una hija
única de la misma edad, pero a ninguno de los dos les vivía la esposa. Parece que
evitaban el trato con las familias inglesas de los alrededores y que llevaban una vida