No podrá librarse de ésta, señor Windibank. Es todo demasiado transparente y no me hizo
usted ningún cumplido al decir que me resultaría imposible resolver un asunto tan
sencillo. Eso es, siéntese y hablemos.
Nuestro visitante se desplomó en una silla, con el rostro lívido y un brillo de sudor en la
frente.
––No ... no constituye delito ––balbuceó.
––Mucho me temo que no. Pero, entre nosotros, Windibank, ha sido una jugarreta
cruel, egoísta y despiadada, llevada a cabo del modo más ruin que jamás he visto. Ahora,
permítame exponer el curso de los acontecimientos y contradígame si me equivoco.
El hombre se encogió en su asiento, con la cabeza hundida sobre el pecho, como quien
se siente completamente aplastado. Holmes levantó los pies, apoyándolos en una esquina
de la repisa de la chimenea, se echó hacia atrás con las manos en los bolsillos y comenzó
a hablar, con aire de hacerlo más para sí mismo que para nosotros.
––Un hombre se casó con una mujer mucho mayor que él, por su dinero ––dijo––, y
también se beneficiaba del dinero de la hija mientras ésta viviera con ellos. Se trataba de
una suma considerable para gente de su posición y perderla habría representado una
fuerte diferencia. Valía la pena hacer un esfuerzo por conservarla. La hija tenía un
carácter alegre y comunicativo, y además era cariñosa y sensible, de manera que
resultaba evidente que, con sus buenas dotes personales y su pequeña renta, no duraría
mucho tiempo soltera. Ahora bien, su matrimonio significaba, sin lugar a dudas, perder
cien libras al año. ¿Qué hace entonces el padrastro para impedirlo? Adopta la postura más
obvia: retenerla en casa y prohibirle que frecuente la compañía de gente de su edad. Pero
pronto se da cuenta de que eso no le servirá durante mucho tiempo. Ella se rebela,
reclama sus derechos y por fin anuncia su firme intención de asistir a cierto baile. ¿Qué
hace entonces el astuto padrastro? Se le ocurre una idea que honra más a su cerebro que a
su corazón. Con la complicidad y ayuda de su esposa, se disfraza, ocultando con gafas
oscuras esos ojos penetrantes, enmascarando su rostro con un bigote y un par de pobladas
patillas, disimulando el timbre claro de su voz con un susurro insinuante... Y, doblemente
seguro a causa de la miopía de la chica, se presenta como el señor Hosmer Angel y
ahuyenta a los posibles enamorados corteján F