Test Drive | Page 36

––¡No, no! ¡El misterio! ––exclamé. ––¡Ah, eso! Creía que se refería a la sal con la que he estado trabajando. No hay misterio alguno en este asunto, como ya le dije ayer, aunque tiene algunos detalles interesantes. El único inconveniente es que me temo que no existe ninguna ley que pueda castigar a este granuja. ––Pues, ¿de quién se trata? ¿Y qué se proponía al abandonar a la señorita Sutherland? Apenas había salido la pregunta de mi boca y Holmes aún no había abierto los labios para responder, cuando oímos fuertes pisadas en el pasillo y unos golpes en la puerta. ––Aquí está el padrastro de la chica, el señor James Windibank ––dijo Holmes––. Me escribió diciéndome que vendría a l as seis. ¡Adelante! El hombre que entró era corpulento, de estatura media, de unos treinta años de edad, bien afeitado y de piel cetrina, con modales melosos e insinuantes y un par de ojos grises extraordinariamente agudos y penetrantes. Dirigió una mirada inquisitiva a cada uno de nosotros, depositó su reluciente chistera sobre un aparador y, con una ligera inclinación, se sentó en la silla más próxima. ––Buenas tardes, señor James Windibank ––dijo Holmes––. Creo que es usted quien me ha enviado esta carta mecanografiada, citándose conmigo a las seis. ––Sí, señor. Me temo que llego un poco tarde, pero no soy dueño de mi tiempo, como usted comprenderá. Lamento mucho que la señorita Sutherland le haya molestado con este asunto, porque creo que es mucho mejor no lavar en público los trapos sucios. Vino en contra de mis deseos, pero es que se trata de una muchacha muy excitable e impulsiva, como ya habrá notado, y no es fácil controlarla cuando se le ha metido algo en la cabeza. Naturalmente, no me importa tanto tratándose de usted, que no tiene nada que ver con la policía oficial, pero no es agradable que se comente fuera de casa una desgracia familiar como ésta. Además, se trata de un gasto inútil, porque, ¿cómo iba usted a poder encontrar a ese Hosmer Angel? ––Por el contrario ––dijo Holmes tranquilamente––, tengo toda clase de razones para creer que lograré encontrar al señor Hosmer Angel. El señor Windibank tuvo un violento sobresalto y se le cayeron los guantes. ––Me alegra mucho oír eso ––dijo. ––Es muy curioso ––comentó Holmes–– que una máquina de escribir tenga tanta individualidad como lo que se escribe a mano. A menos que sean completamente nuevas, no hay dos máquinas que escriban igual. Algunas letras se gastan más que otras, y algunas se gastan sólo por un lado. Por ejemplo, señor Windibank, como puede ver en esta nota suya, la «e» siempre queda borrosa y hay un pequeño defecto en el rabillo de la «r». Existen otras catorce características, pero éstas son las más evidentes. ––Con esta máquina escribimos toda la correspondencia en la oficina, y es lógico que esté un poco gastada ––dijo nuestro visitante, mirando fijamente a Holmes con sus ojillos brillantes. ––Y ahora le voy a enseñar algo que constituye un estudio verdaderamente interesante, señor Windibank ––continuó Holmes––. Uno de estos días pienso escribir otra pequeña monografía acerca de la máquina de escribir y su relación con el crimen. Es un tema al que he dedicado cierta atención. Aquí tengo cuatro cartas presuntamente remitidas por el desaparecido. Todas están escritas a máquina. En todos los casos, no sólo las «es» están borrosas y las «erres» no tienen rabillo, sino que podrá usted observar, si mira con mi lupa, que también aparecen las otras catorce características de las que le hablaba antes. El señor Windibank saltó de su silla y recogió su sombrero. ––No puedo perder el tiempo hablando de fantasías, señor Holmes ––dijo––. Si puede coger al hombre, cójalo, y hágamelo saber cuando lo tenga. ––Desde luego ––dijo Holmes, poniéndose en pie y cerrando la puerta con llave––. En tal caso, le hago saber que ya lo he cogido. ––¿Cómo? ¿Dónde? ––exclamó el señor Windibank, palideciendo hasta los labios y mirando a su alrededor como una rata cogida en una trampa. ––Vamos, eso no le servirá de nada, de verdad que no ––dijo Holmes con suavidad––.