––¿Su padre? ––dijo Holmes––. Sin duda, querrá usted decir su padrastro, puesto que el
apellido es diferente.
––Sí, mi padrastro. Le llamo padre, aunque la verdad es que suena raro, porque sólo
tiene cinco años y dos meses más que yo.
––¿Vive su madre?
––Oh, sí, mamá está perfectamente. Verá, señor Holmes, no me hizo demasiada gracia
que se volviera a casar tan pronto, después de morir papá, y con un hombre casi quince
años más joven que ella. Papá era fontanero en Tottenham
Court Road, y al morir dejó un negocio muy próspero, que mi madre siguió manejando
con ayuda del señor Hardy, el capataz; pero cuando apareció el señor Windibank, la convenció
de que vendiera el negocio, pues el suyo era mucho mejor: tratante de vinos.
»Sacaron cuatro mil setecientas libras por el traspaso y los intereses, mucho menos de
lo que habría conseguido sacar papá de haber estado vivo.
Yo había esperado que Sherlock Holmes diera muestras de impaciencia ante aquel
relato intrascendente e incoherente, pero vi que, por el contrario, escuchaba con absoluta
concentración.
––Esos pequeños ingresos suyos ––preguntó––, ¿proceden del negocio en cuestión?
––Oh, no señor, es algo aparte, un legado de mi tío Ned, el de Auckland. Son valores
neozelandeses que rinden un cuatro y medio por ciento. El capital es de dos mil
quinientas libras, pero yo sólo puedo cobrar los intereses.
––Eso es sumamente interesante ––dijo Holmes––. Disponiendo de una suma tan
elevada como son cien libras al año, más el pico que usted gana, no me cabe duda de que
viajará usted mucho y se concederá toda clase de caprichos. En mi opinión, una mujer
soltera puede darse la gran vida con unos ingresos de sesenta libras.
––Yo podría vivir con muchísimo menos, señor Holmes, pero comprenderá usted que
mientras siga en casa no quiero ser una carga para ellos, así que mientras vivamos juntos
son ellos los que administran el dinero. Por supuesto, eso es sólo por el momento. El
señor Windibank cobra mis intereses cada trimestre, le da el dinero a mi madre, y yo me
las apaño bastante bien con lo que gano escribiendo a máquina. Saco dos peniques por
folio, y hay muchos días en que escribo quince o veinte folios.
––Ha expuesto usted su situación con toda claridad ––dijo Holmes––. Le presento a mi
amigo el doctor Watson, ante el cual puede usted hablar con tanta libertad como ante mí
mismo. Ahora, le ruego que nos explique todo lo referente a su relación con el señor
Hosmer Angel.
El rubor se apoderó del rostro de la señorita Sutherland, que empezó a pellizcar
nerviosamente el borde de su chaqueta.
––Le conocí en el baile de los instaladores del gas ––dijo––. Cuando vivía papá,
siempre le enviaban invitaciones, y después se siguieron acordando de nosotros y se las
mandaron a mamá. El señor Windibank no quería que fuéramos. Nunca ha querido que
vayamos a ninguna parte. Se ponía como loco con que yo quisiera ir a una fiesta de la
escuela dominical. Pero esta vez yo estaba decidida a ir, y nada me lo iba a impedir. ¿Qué
derecho tenía él a impedírmelo? Dijo que aquella gente no era adecuada para nosotras,
cuando iban a estar presentes todos los amigos de mi padre. Y dijo que yo no tenía un
vestido adecuado, cuando tenía uno violeta precioso, que prácticamente no había sacado
del armario. Al final, viendo que todo era en vano, se marchó a Francia por asuntos de su
negocio, pero mamá y yo fuimos al baile con V