mañana. Despedimos a nuestros coches y, guiados por el señor Merryweather, nos metimos
por un estrecho pasadizo y penetramos por una puerta lateral que Merryweather nos
abrió. Recorrimos un pequeño pasillo que terminaba en una puerta de hierro muy pesada.
También ésta se abrió, dejándonos pasar a una escalera de piedra que terminaba en otra
puerta formidable. El señor Merryweather se detuvo para encender una linterna y luego
nos siguió por un oscuro corredor que olía a tierra, hasta llevarnos, tras abrir una tercera
puerta, a una enorme bóveda o sótano, en el que se amontonaban por todas partes grandes
cajas y cajones.
––No es usted muy vulnerable por arriba ––comentó Holmes, levantando la linterna y
mirando a su alrededor.
––Ni por abajo ––respondió el señor Merryweather, golpeando con su bastón las losas
que pavimentaban el suelo––. Pero... ¡válgame Dios! ¡Esto suena a hueco! ––exclamó,
alzando sorprendido la mirada.
––Debo rogarle que no haga tanto ruido ––dijo Holmes con tono severo––. Acaba de
poner en peligro el éxito de nuestra expedición. ¿Puedo pedirle que tenga la bondad de
sentarse en uno de esos cajones y no interferir?
El solemne señor Merryweather se instaló sobre un cajón, con cara de sentirse muy
ofendido, mientras Holmes se arrodillaba en el suelo y, con ayuda de la linterna y de una
lupa, empezaba a examinar atentamente las rendijas que había entre las losas. A los pocos
segundos se dio por satisfecho, se puso de nuevo en pie y se guardó la lupa en el bolsillo.
––Disponemos por lo menos de una hora ––dijo––, porque no pueden hacer nada hasta
que el bueno del prestamista se haya ido a la cama. Entonces no perderán ni un minuto,
pues cuanto antes hagan su trabajo, más tiempo tendrán para escapar. Como sin duda
habrá adivinado, doctor, nos encontramos en el sótano de la sucursal en la City de uno de
los principales bancos de Londres. El señor Merryweather es el presidente del consejo de
dirección y le explicará qué razones existen para que los delincuentes más atrevidos de
Londres se interesen tanto en su sótano estos días.
––Es nuestro oro francés ––susurró el director––. Ya hemos tenido varios avisos de que
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