más difícil de identificar. Tengo que ponerme inmediatamente en acción.
––¿Y qué va usted a hacer? ––pregunté.
––Fumar ––respondió––. Es un problema de tres pipas, así que le ruego que no me
dirija la palabra durante cincuenta minutos.
Se acurrucó en su sillón con sus flacas rodillas alzadas hasta la nariz de halcón, y allí se
quedó, con los ojos cerrados y la pipa de arcilla negra sobresaliendo como el pico de algún
pájaro raro. Yo había llegado ya a la conclusión de que se había quedado dormido, y
de hecho yo mismo empezaba a dar cabezadas, cuando de pronto saltó de su asiento con
el gesto de quien acaba de tomar una resolución, y dejó la pipa sobre la repisa de la
chimenea.
––Esta noche toca Sarasate en el St. James Hall ––comentó––. ¿Qué le parece, Watson?
¿Podrán sus pacientes prescindir de usted durante unas pocas horas?
––No tengo nada que hacer hoy. Mi trabajo nunca es muy absorbente.
––Entonces, póngase el sombrero y venga. Antes tengo que pasar por la City, y
podemos comer algo por el camino. He visto que hay en el programa mucha música
alemana, que resulta más de mi gusto que la italiana o la francesa. Es introspectiva yyo
quiero reflexionar. ¡En marcha!
Viajamos en el Metro hasta Aldersgate, y una corta caminata nos llevó a Saxe––Coburg
Square, escenario de la singular historia que habíamos escuchado por la mañana. Era una
placita insignificante, pobre pero de aspecto digno, con cuatro hileras de desvencijadas
casas de ladrillo, de dos pisos, rodeando un jardincito vallado, donde un montón de hierbas
sin cuidar y unas pocas matas de laurel ajado mantenían una dura lucha contra la
atmósfera hostil y cargada de humo. En la esquina de una casa, tres bolas doradas y un
rótulo marrón con las palabras «JABEZ WILSON» en letras de oro anunciaban el local
donde nuestro pelirrojo cliente tenía su negocio. Sherlock Holmes se detuvo ante la casa,
con la cabeza ladeada, y la examinó atentamente, con los ojos brillándole bajo los
párpados fruncidos. A continuación, caminó despacio calle arriba y calle abajo, sin dejar
de examinar las casas. Por último, regresó frente a la tienda del prestamista y, después de
dar dos o tres fuertes golpes en el suelo con el bastón, se acercó a la puerta y llamó. Abrió
al instante un joven con cara de listo y bien afeitado, que le invitó a entrar.
––Gracias ––dijo Holmes––. Sólo quería preguntar por dónde se va desde aquí al
Strand.
––La tercera a la derecha y la cuarta a la izquierda ––respondió sin vacilar el empleado,
cerrando a continuación la puerta.
––Un tipo listo ––comentó Holmes mientras nos alejábamos––. En mi opinión, es el
cuarto hombre más inteligente de Londres; y en cuanto a audacia, creo que podría aspirar
al tercer puesto. Ya he tenido noticias suyas anteriormente.
––Es evidente ––dije yo––que el empleado del señor Wilson desempeña un importante
papel en este misterio de la Liga de los Pelirrojos. Estoy seguro de que usted le ha
preguntado el camino sólo para poder echarle un vistazo.
––No a él.
––Entonces, ¿a qué?
––A las rodilleras de sus pantalones.
––¿Y qué es lo que vio?
––Lo que esperaba ver.
––¿Para qué golpeó el pavimento?
––Mi querido doctor, lo que hay que hacer ahora es observar, no hablar. Somos espías
en territorio enemigo. Ya sabemos algo de Saxe-Coburg Square. Exploremos ahora las
calles que hay detrás.
La calle en la que nos metimos al dar la vuelta a la esquina de la recóndita Saxe––
Coburg Square presentaba con ésta tanto contraste como el derecho de un cuadro con el
revés. Se trataba de una de las principales arterias por donde discurre el tráfico de la City
hacia el norte y hacia el oeste. La calzada estaba bloqueada por el inmenso río de tráfico
comercial que fluía en ambas direcciones, y las aceras no daban abasto al presuroso