excéntrico. Era pelirrojo y sentía una gran simpatía por todos los pelirrojos, de manera
que cuando murió se supo que había dejado toda su enorme fortuna en manos de unos
albaceas, con instrucciones de que invirtieran los intereses en proporcionar empleos
cómodos a personas con dicho color de pelo. Según he oído, la paga es espléndida y
apenas hay que hacer nada.
»––Pero tiene que haber millones de pelirrojos que soliciten un puesto de esos ––dije
yo.
»––Menos de los que usted cree ––respondió––. Verá, la oferta está limitada a los
londinenses mayores de edad. Este americano procedía de Londres, de donde salió siendo
joven, y quiso hacer algo por su vieja ciudad. Además, he oído que es inútil presentarse si
uno ti ene el pelo rojo claro o rojo oscuro, o de cualquier otro tono que no sea rojo intenso
y brillante como el fuego. Pero si usted se presentara, señor Wilson, le aceptarían de
inmediato. Aunque quizá no valga la pena que se tome esa molestia sólo por unos pocos
cientos de libras.
»Ahora bien, es un hecho, como pueden ver por sí mismos, que mi cabello es de un
tono rojo muy intenso, de manera que me pareció que, por mucha competencia que hubiera,
yo tenía tantas posibilidades como el que más. Vincent Spaulding parecía estar tan
informado del asunto que pensé que podría serme útil, de modo que le dije que echara el
cierre por lo que quedaba de jornada y me acompañara. Se alegró mucho de poder hacer
fiesta, así que cerramos el negocio y partimos hacia la dirección que indicaba el anuncio.
»No creo que vuelva a ver en mi vida un espectáculo semejante, señor Holmes. Del
norte, del sur, del este y del oeste, todos los hombres cuyo cabello presentara alguna
tonalidad rojiza se habían plantado en la City en respuesta al anuncio. Fleet Street se
encontraba abarrotada de pelirrojos, y Pope's Court parecía el carro de un vendedor de
naranjas. Jamás pensé que hubiera en el país tantos pelirrojos como los que habían
acudido atraídos por aquel solo anuncio. Los había de todos los matices: rojo pajizo,
limón, naranja, ladrillo, de perro setter, rojo hígado, rojo arcilla... pero, como había dicho
Spaulding, no había muchos que presentaran la auténtica tonalidad rojo-fuego. Cuando vi
que eran tantos, me desanimé y estuve a punto de echarme atrás; pero Spaulding no lo
consintió. No me explico cómo se las arregló, pero a base de empujar, tirar y embestir,
consiguió hacerme atravesar la multitud y llegar hasta la escalera que llevaba a la oficina.
En la escalera había una doble hilera de personas: unas que subían esperanzadas y otras
que bajaban rechazadas; pero también allí nos abrimos paso como pudimos y pronto nos
encontramos en la oficina.
––Una experiencia de lo más divertido ––comentó Holmes, mientras su cliente hacía
una pausa y se refrescaba la memoria con una buena dosis de rapé––. Le ruego que
continúe con la interesantísima exposición.
––En la oficina no había nada más que un par de sillas de madera y una mesita, detrás
de la cual se sentaba un hombre menudo, con una cabellera aún más roja que la mía.
Cambiaba un par de palabras con cada candidato que se presentaba y luego siempre les
encontraba algún defecto que los descalificaba. Por lo visto, conseguir la plaza no era tan
sencillo como parecía. Sin embargo, cuando nos llegó el turno, el hombrecillo se mostró
más inclinado por mí que por ningún otro, y cerró la puerta en cuanto entramos, para
poder hablar con nosotros en privado.
»––Éste es el señor Jabez Wilson ––dijo mi empleado––, y aspira a ocupar la plaza
vacante en la Liga.
»––Y parece admirablemente dotado para ello ––respondió el otro––. Cumple todos los
requisitos. No recuerdo haber visto nada tan perfecto.
»Retrocedió un paso, torció la cabeza hacia un lado y me miró el pelo hasta hacerme
ruborizar. De pronto, se abalanzó hacia mí, me estrechó la mano y me felicitó
calurosamente por mi éxito.
»––Sería una injusticia dudar de usted ––dijo––, pero estoy seguro de que me perdonará
usted por tomar una precaución obvia ––y diciendo esto, me agarró del pelo con las dos
manos y tiró hasta hacerme chillar de dolor––. Veo lágrimas en sus ojos ––dijo al