Test Drive | Page 18

excéntrico. Era pelirrojo y sentía una gran simpatía por todos los pelirrojos, de manera que cuando murió se supo que había dejado toda su enorme fortuna en manos de unos albaceas, con instrucciones de que invirtieran los intereses en proporcionar empleos cómodos a personas con dicho color de pelo. Según he oído, la paga es espléndida y apenas hay que hacer nada. »––Pero tiene que haber millones de pelirrojos que soliciten un puesto de esos ––dije yo. »––Menos de los que usted cree ––respondió––. Verá, la oferta está limitada a los londinenses mayores de edad. Este americano procedía de Londres, de donde salió siendo joven, y quiso hacer algo por su vieja ciudad. Además, he oído que es inútil presentarse si uno ti ene el pelo rojo claro o rojo oscuro, o de cualquier otro tono que no sea rojo intenso y brillante como el fuego. Pero si usted se presentara, señor Wilson, le aceptarían de inmediato. Aunque quizá no valga la pena que se tome esa molestia sólo por unos pocos cientos de libras. »Ahora bien, es un hecho, como pueden ver por sí mismos, que mi cabello es de un tono rojo muy intenso, de manera que me pareció que, por mucha competencia que hubiera, yo tenía tantas posibilidades como el que más. Vincent Spaulding parecía estar tan informado del asunto que pensé que podría serme útil, de modo que le dije que echara el cierre por lo que quedaba de jornada y me acompañara. Se alegró mucho de poder hacer fiesta, así que cerramos el negocio y partimos hacia la dirección que indicaba el anuncio. »No creo que vuelva a ver en mi vida un espectáculo semejante, señor Holmes. Del norte, del sur, del este y del oeste, todos los hombres cuyo cabello presentara alguna tonalidad rojiza se habían plantado en la City en respuesta al anuncio. Fleet Street se encontraba abarrotada de pelirrojos, y Pope's Court parecía el carro de un vendedor de naranjas. Jamás pensé que hubiera en el país tantos pelirrojos como los que habían acudido atraídos por aquel solo anuncio. Los había de todos los matices: rojo pajizo, limón, naranja, ladrillo, de perro setter, rojo hígado, rojo arcilla... pero, como había dicho Spaulding, no había muchos que presentaran la auténtica tonalidad rojo-fuego. Cuando vi que eran tantos, me desanimé y estuve a punto de echarme atrás; pero Spaulding no lo consintió. No me explico cómo se las arregló, pero a base de empujar, tirar y embestir, consiguió hacerme atravesar la multitud y llegar hasta la escalera que llevaba a la oficina. En la escalera había una doble hilera de personas: unas que subían esperanzadas y otras que bajaban rechazadas; pero también allí nos abrimos paso como pudimos y pronto nos encontramos en la oficina. ––Una experiencia de lo más divertido ––comentó Holmes, mientras su cliente hacía una pausa y se refrescaba la memoria con una buena dosis de rapé––. Le ruego que continúe con la interesantísima exposición. ––En la oficina no había nada más que un par de sillas de madera y una mesita, detrás de la cual se sentaba un hombre menudo, con una cabellera aún más roja que la mía. Cambiaba un par de palabras con cada candidato que se presentaba y luego siempre les encontraba algún defecto que los descalificaba. Por lo visto, conseguir la plaza no era tan sencillo como parecía. Sin embargo, cuando nos llegó el turno, el hombrecillo se mostró más inclinado por mí que por ningún otro, y cerró la puerta en cuanto entramos, para poder hablar con nosotros en privado. »––Éste es el señor Jabez Wilson ––dijo mi empleado––, y aspira a ocupar la plaza vacante en la Liga. »––Y parece admirablemente dotado para ello ––respondió el otro––. Cumple todos los requisitos. No recuerdo haber visto nada tan perfecto. »Retrocedió un paso, torció la cabeza hacia un lado y me miró el pelo hasta hacerme ruborizar. De pronto, se abalanzó hacia mí, me estrechó la mano y me felicitó calurosamente por mi éxito. »––Sería una injusticia dudar de usted ––dijo––, pero estoy seguro de que me perdonará usted por tomar una precaución obvia ––y diciendo esto, me agarró del pelo con las dos manos y tiró hasta hacerme chillar de dolor––. Veo lágrimas en sus ojos ––dijo al