––Bueno, como ya le he dicho, señor Holmes ––dijo Jabez Wilson secándose la frente–
–, poseo una pequeña casa de préstamos en Coburg Square, cerca de la City. No es un negocio
importante, y en los últimos años me daba lo justo para vivir. Antes podía
permitirme tener dos empleados, pero ahora sólo tengo uno; y tendría dificultades para
pagarle si no fuera porque está dispuesto a trabajar por media paga, mientras aprende el
oficio.
––¿Cómo se llama ese joven de tan buen conformar? ––preguntó Sherlock Holmes.
––Se llama Vincent Spaulding, y no es tan joven. Resulta dificil calcular su edad. No
podría haber encontrado un ayudante más eficaz, señor Holmes, y estoy convencido de
que podría mejorar de posición y ganar el doble de lo que yo puedo pagarle. Pero, al fin y
al cabo, si él está satisfecho, ¿por qué habría yo de meterle ideas en la cabeza?
––Desde luego, ¿por qué iba a hacerlo? Creo que ha tenido usted mucha suerte al
encontrar un empleado más barato que los precios del mercado. No todos los patrones
pueden decir lo mismo en estos tiempos. No sé qué es más extraordinario, si su ayudante
o su anuncio.
––Bueno, también tiene sus defectos ––dijo el señor Wilson––. Jamás he visto a nadie
tan aficionado a la fotografía. Siempre está sacando instantáneas cuando debería estar
cultivando la mente, y luego zambulléndose en el sótano como un conejo en su
madriguera para revelar las fotos. Ese es su principal defecto; pero en conjunto es un
buen trabajador. Y no tiene vicios.
––Todavía sigue con usted, supongo.
––Sí, señor. Él y una chica de catorce años, que cocina un poco y se encarga de la
limpieza. Eso es todo lo que tengo en casa, ya que soy viudo y no tengo más familia. Los
tres llevamos una vida muy tranquila, sí señor, y nos dábamos por satisfechos con tener
un techo bajo el que cobijarnos y pagar nuestras deudas. Fue el anuncio lo que nos sacó
de nuestras casillas. Hace justo ocho semanas, Spaulding bajó a la oficina con este mismo
periódico en la mano diciendo:
»––¡Ay, señor Wilson, ojalá fuera yo pelirrojo!
»––¿Y eso porqué? ––pregunté yo.
»––Mire ––dijo––: hay otra plaza vacante en la Liga de los Pelirrojos. Eso significa una
pequeña fortuna para el que pueda conseguirla, y tengo entendido que hay más plazas
vacantes que personas para ocuparlas, de manera que los albaceas andan como locos sin
saber qué hacer con el dinero. Si mi pelo cambiara de color, este puestecillo me vendría a
la medida.
»––Pero ¿de qué se trata? ––pregunté––. Verá usted, señor Spaulding, yo soy un
hombre muy casero y como mi negocio viene a mí, en lugar de tener que ir yo a él,
muchas veces pasan semanas sin que ponga los pies más allá del felpudo de la puerta. Por
eso no estoy muy enterado de lo que ocurre por ahí fuera y siempre me agrada recibir
noticias.
»––¿Es que nunca ha oído hablar de la Liga de los Pelirrojos? ––preguntó Spaulding,
abriendo mucho los ojos.
»––Nunca.
»––¡Caramba, me sorprende mucho, ya que usted podría optar perfectamente a una de
las plazas!
»––¿Y qué sacaría con ello?
»––Bueno, nada más que un par de cientos al año, pero el trabajo es mínimo y apenas
interfiere con las demás ocupaciones que uno tenga.
»Como podrá imaginar, aquello me hizo estirar las orejas, pues el negocio no marchaba
demasiado bien en los últimos años, y doscientas libras de más me habrían venido muy
bien.
»––Cuénteme todo lo que sepa ––le dije.
»––Bueno ––dijo, enseñándome el anuncio––, como puede ver, existe una vacante en la
Liga y aquí está la dirección en la que deben presentarse los aspirantes. Por lo que yo sé,
la Liga fue fundada por un millonario americano, Ezekiah Hopkins, un tipo bastante