luego cerrarla con llave, nos facilitaría inmensamente las cosas.
––Lo haré.
––¡Excelente! En tal caso, consideremos detenidamente el asunto. Por supuesto, sólo
existe una explicación posible. La han llevado a usted allí para suplantar a alguien, y este
alguien está prisionero en esa habitación. Hasta aquí, resulta evidente. En cuanto a la
identidad de la prisionera, no me cabe duda de que se trata de la hija, la señorita Alice
Rucastle si no recuerdo mal, la que le dijeron que se había marchado a América. Está
claro que la eligieron a usted porque se parece a ella en la estatura, la figura y el color del
cabello. A ella se lo habían cortado, posiblemente con motivo de alguna enfermedad, y,
naturalmente, había que sacrificar también el suyo. Por una curiosa casualidad, encontró
usted su cabellera. El hombre de la carretera era, sin duda, algún amigo de ella,
posiblemente su novio; y al verla a usted, tan parecida a ella y con uno de sus vestidos,
quedó convencido, primero por sus risas y luego por su gesto de desprecio, de que la señorita
Rucastle era absolutamente feliz y ya no deseaba sus atenciones. Al perro lo
sueltan por las noches para impedir que él intente comunicarse con ella. Todo esto está
bastante claro. El aspecto más grave del caso es el carácter del niño. ––¿Qué demonios
tiene que ver eso? ––exclamé.
––Querido Watson: usted mismo, en su práctica médica, está continuamente sacando
deducciones sobre las tendencias de los niños, mediante el estudio de los padres. ¿No
comprende que el procedimiento inverso es igualmente válido? Con mucha frecuencia he
obtenido los primeros indicios fiables sobre el carácter de los padres estudiando a sus
hijos. El carácter de este niño es anormalmente cruel, por puro amor a la crueldad, y tanto
si lo ha heredado de su sonriente padre, que es lo más probable, como si lo heredó de su
madre, no presagia nada bueno para la pobre muchacha que se encuentra en su poder.
––Estoy convencida de que tiene usted razó