Test Drive | 页面 153

abierta. »––¡Estoy asustadísima! ––gemí. »––¡Querida señorita! ¡Querida señorita! ––no se imagina usted con qué dulzura y amabilidad lo decía––. ¿Qué es lo que la ha asustado, querida señorita? »Pero su voz era demasiado zalamera; se estaba excediendo. Al instante me puse en guardia contra él. »––Fui tan tonta que me metí en el ala vacía ––respondí––. Pero está todo tan solitario y tan siniestro con esta luz mortecina que me asusté y eché a correr. ¡Hay allí un silencio tan terrible! »––¿Sólo ha sido eso? ––preguntó, mirándome con insistencia. »––¿Pues qué se había creído? ––pregunté a mi vez. »––¿Por qué cree usted que tengo cerrada esta puerta? »––Le aseguro que no lo sé. »––Pues para que no entren los que no tienen nada que hacer ahí. ¿Entiende? ––seguía sonriendo de la manera más amistosa. »––Le aseguro que de haberlo sabido... »––Bien, pues ya lo sabe. Y si vuelve a poner el pie en este umbral... ––en un instante, la sonrisa se endureció hasta convertirse en una mueca de rabia y me miró con cara de demonio––... la echaré al mastín. »Estaba tan aterrada que no sé ni lo que hice. Supongo que salí corriendo hasta mi habitación. Lo siguiente que recuerdo es que estaba tirada en mi cama, temblando de pies a cabeza. Entonces me acordé de usted, señor Holmes. No podía seguir viviendo allí sin que alguien me aconsejara. Me daba miedo la casa, el dueño, la mujer, los criados, hasta el niño... Todos me parecían horribles. Si pudiera usted venir aquí, todo iría bien. Naturalmente, podría haber huido de la casa, pero mi curiosidad era casi tan fuerte como mi miedo. No tardé en tomar una decisión: enviarle a usted un telegrama. Me puse el sombrero y la capa, me acerqué a la oficina de telégrafos, que está como a media milla de la casa, y al regresar ya me sentía mucho mejor. Al acercarme a la puerta, me asaltó la terrible sospecha de que el perro estuviera suelto, pero me acordé de que Toller se había emborrachado aquel día hasta quedar sin sentido, y sabía que era la única persona de la casa que tenía alguna influencia sobre aquella fiera y podía atreverse a dejarla suelta. Entré sin problemas y permanecí despierta durante media noche de la alegría que me daba el pensar en verle a usted. No tuve ninguna dificultad en obtener permiso para venir a Winchester esta mañana, pero tengo que estar de vuelta antes de las tres, porque el señor y la señora Rucastle van a salir de visita y estarán fuera toda la tarde, así que tengo que cuidar del niño. Y ya le he contado todas mis aventuras, señor Holmes. Ojalá pueda usted decirme qué significa todo esto y, sobre todo, qué debo hacer. Holmes y yo habíamos escuchado hechizados el extraordinario relato. Al llegar a este punto, mi amigo se puso en pie y empezó a dar zancadas por la habitación, con las manos en los bolsillos y una expresión de profunda seriedad en su rostro. ––¿Está Toller todavía borracho? ––preguntó. ––Sí. Esta mañana oí a su mujer decirle a la señora Rucastle que no podía hacer nada con él. ––Eso está bien. ¿Y los Rucastle van a salir esta tarde? ––Sí. ––¿Hay algún sótano con una buena cerradura? ––Sí, la bodega. ––Me parece, señorita Hunter, que hasta ahora se ha comportado usted como una mujer valiente y sensata. ¿Se siente capaz de realizar una hazaña más? No se lo pediría si no la considerara una mujer bastante excepcional. ––Lo intentaré. ¿De qué se trata? ––Mi amigo y yo llegaremos a Copper Beeches a las siete. A esa hora, los Rucastle estarán fuera y Toller, si tenemos suerte, seguirá incapaz. Sólo queda la señora Toller, que podría dar la alarma. Si usted pudiera enviarla a la bodega con cualquier pretexto y