muy tranquila; al tercer día, la señora Rucastle bajó inmediatamente después del
desayuno y le susurró algo al oído a su marido.
»––Oh, sí ––dijo él, volviéndose hacia mí––. Le estamos muy agradecidos, señorita
Hunter, por acceder a nuestros caprichos hasta el punto de cortarse el pelo. Veamos ahora
cómo le sienta el vestido azul eléctrico. Lo encontrará extendido sobre la cama de su
habitación, y si tiene la bondad de ponérselo se lo agradeceremos muchísimo.
»El vestido que encontré esperándome tenía una tonalidad azul bastante curiosa. El
material era excelente, una especie de lana cruda, pero presentaba señales inequívocas de
haber sido usado. No me habría sentado mejor ni aunque me lo hubieran hecho a la
medida. Tanto el señor como la señora Rucastle se mostraron tan encantados al verme
con él, que me pareció que exageraban en su vehemencia. Estaban aguardándome en la
sala de estar, que es una habitación muy grande, que ocupa la parte delantera de la casa,
con tres ventanales hasta el suelo. Cerca del ventanal del centro habían instalado una
silla, con el respaldo hacia fuera. Me pidieron que me sentara en ella y, a continuación, el
señor Rucastle empezó a pasear de un extremo a otro de la habitación contándome
algunos de los chis