2. La Liga de los Pelirrojos
Un día de otoño del año pasado, me acerqué a visitar a mi amigo, el señor Sherlock
Holmes, y lo encontré enfrascado en una conversación con un caballero de edad madura,
muy corpulento, de rostro encarnado y cabellos rojos como el fuego. Pidiendo disculpas
por mi intromisión, me disponía a retirarme cuando Holmes me hizo entrar bruscamente
de un tirón y cerró la puerta a mis espaldas.
––No podría haber llegado en mejor momento, querido Watson ––dijo cordialmente.
––Temí que estuviera usted ocupado. ––Lo estoy, y mucho.
––Entonces, puedo esperar en la habitación de al lado.
––Nada de eso. Señor Wilson, este caballero ha sido mi compañero y colaborador en
muchos de mis casos más afortunados, y no me cabe duda de que también me será de la
mayor ayuda en el suyo.
El corpulento caballero se medio levantó de su asiento y emitió un gruñido de
salutación, acompañado de una rápida mirada interrogadora de sus ojillos rodeados de
grasa.
––Siéntese en el canapé ––dijo Holmes, dejándose caer de nuevo en su butaca y
juntando las puntas de los dedos, como solía hacer siempre que se sentía reflexivo––. Me
consta, querido Watson, que comparte usted mi afición a todo lo que sea raro y se salga
de los convencionalismos y l