serie de acontecimientos narrada por esta señora, aunque los resultados no podrían ser
más extraños si se miran, por ejemplo, desde el punto de vista del señor Lestrade, de
Scotland Yard.
––Así pues, no se equivocaba usted.
––Desde un principio había dos hechos que me resultaron evidentísimos. El primero,
que la novia había acudido por su propia voluntad a la boda; el otro, que se había
arrepentido a los pocos minutos de regresar a casa. Evidentemente, algo había ocurrido
durante la mañana que le hizo cambiar de opinión. ¿Qué podía haber sido? No podía
haber hablado con nadie, porque todo el tiempo estuvo acompañada del novio. ¿Acaso
había visto a alguien? De ser así, tenía que haber sido alguien procedente de América,
porque llevaba demasiado poco tiempo en nuestro país como para que alguien hubiera
podido adquirir tal influencia sobre ella que su mera visión la indujera a cambiar tan
radicalmente de planes. Como ve, ya hemos llegado, por un proceso de exclusión, a la
idea de que la novia había visto a un americano. ¿Quién podía ser este americano, y por
qué ejercía tanta influencia sobre ella? Podía tratarse de un amante; o podía tratarse de un
marido. Sabíamos que había pasado su juvent