mujer era dificil de resistir.
––Estás enfadado, Robert ––dijo ella––. Bueno, supongo que te sobran motivos.
––Por favor, no te molestes en ofrecer disculpas ––dijo lord St. Simon en tono
amargado.
––Oh, sí, ya sé que te he tratado muy mal, y que debería haber hablado contigo antes de
marcharme; pero estaba como atontada, y desde que vi aquí a Frank, no supe lo que hacía
ni lo que decía. No me explico cómo no caí desmayada delante mismo del altar.
––¿Desea usted, señora Moulton, que mi amigo y yo salgamos de la habitación
mientras usted se explica?
––Si se me permite dar una opinión ––intervino el caballero desconocido––, ya ha
habido demasiado secreto en este asunto. Por mi parte, me gustaría que Europa y
América enteras oyeran las explicaciones.
Era un hombre de baja estatura, fibroso, tostado por el sol, de expresión avispada y
movimientos ágiles. ––Entonces, contaré nuestra historia sin más preámbulo ––dijo la
señora––. Frank y yo nos conocimos en el 81, en el campamento minero de McQuire,
cerca de las Rocosas, donde papá explotaba una mina. Nos hicimos novios, Frank y yo,
pero un día papá dio con una buena veta y se forró de dinero, mientras el pobre Frank
tenía una mina que fue a menos y acabó en nada. Cuanto más rico se hacia papá, más
pobre era Frank; llegó un momento en que papá se negó a que nuestro compromiso
siguiera adelante, y me llevó a San Francisco, pero Frank no se dio por vencido y me
siguió hasta allí; nos vimos sin que papá supiera nada. De haberlo sabido, se habría
puesto furioso, así que lo organizamos todo nosotros solos. Frank dijo que también él se
haría rico, y que no volvería a buscarme hasta que tuviera tanto dinero como papá. Yo
prometí esperarle hasta el fin de los tiempos, y juré que mientras él viviera no me casaría
con ningún otro. Entonces, él dijo: «¿Por qué no nos casamos ahora mismo, y así estaré
seguro de ti? No revelaré que soy tu marido hasta que vuelva a reclamarte». En fin,
discutimos el asunto y resultó que él ya lo tenía todo arreglado, con un cura esperando y
todo, de manera que nos casamos allí mismo; y después, Frank se fue a buscar fortuna y
yo me volví con papá.
»Lo siguiente que supe de Frank fue que estaba en Montana; después oí que andaba
buscando oro en Arizona, y más tarde tuve noticias suyas desde Nuevo México. Y un día
apareció en los periódicos un largo reportaje sobre un campamento minero atacado por
los indios apaches, y allí estaba el nombre de mi Frank entre las víctimas. Caí desmayada
y estuve muy enferma durante meses. Papá pensó que estaba tísica y me llevó a la mitad
de los médicos de San Francisco. Durante más de un año no llegaron más noticias, y ya
no dudé de que Frank estuviera muerto de verdad. Entonces apareció en San Francisco
lord St. Simon, nosotros vinimos a Londres, se organizó la boda y papá estaba muy
contento, pero yo seguía convencida de que ningún hombre en el mundo podría ocupar en
mi corazón el puesto de mi pobre Frank.
»Aun así, de haberme casado con lord St. Simon, yo le habría sido leal. No tenemos
control sobre nuestro amor, pero sí sobre nuestras acciones. Fui con él al altar con la
intención de ser para él tan buena esposa como me fuera posible. Pero puede usted
imaginarse lo que sentí cuando, al acercarme al altar, volví la mirada hacia atrás y vi a
Frank mirándome desde el primer reclinatorio. Al principio, lo tomé por un fantasma;
pero cuando lo miré de nuevo seguía allí, como preguntándome con la mirada si me
alegraba de verlo o lo lamentaba. No sé cómo no caí al suelo. Sé que todo me daba
vueltas, y las palabras del sacerdote me sonaban en los oídos como el zumbido de una
abeja. No sabía qué hacer. ¿Debía interrumpir la ceremonia y dar un escándalo en la
iglesia? Me volví a mirarlo, y me pareció que se daba cuenta de lo que yo pensaba,
porque se llevó los dedos a los labios para indicarme que permaneciera callada. Luego le
vi garabatear en un papel y supe que me estaba escribiendo una nota. Al pasar junto a su
reclinatorio, camino de la salida, dejé caer mi ramo junto a :