Test Drive | Page 125

Apenas se había cerrado la puerta tras él, cuando Sherlock Holmes se levantó y se puso su abrigo. ––Algo de razón tiene este buen hombre en lo que dice sobre el trabajo de campo –– comentó––. Así pues, Watson, creo que tendré que dejarle algún tiempo solo con sus periódicos. Eran más de las cinco cuando Sherlock Holmes se marchó, pero no tuve tiempo de aburrirme, porque antes de que transcurriera una hora llegó un recadero con una gran caja plana, que procedió a desenvolver con ayuda de un muchacho que le acompañaba. Al poco rato, y con gran asombro por mi parte, sobre nuestra modesta mesa de caoba se desplegaba una cena fría totalmente epicúrea. Había un par de cuartos de becada fría, un faisán, un pastel de foie––gras y varias botellas añejas, cubiertas de telarañas. Tras extender todas aquellas delicias, los dos visitantes se esfumaron como si fueran genios de las Mil y Una Noches, sin dar explicaciones, aparte de que las viandas estaban pagadas y que les habían encargado llevarlas a nuestra dirección. Poco antes de las nueve, Sherlock Holmes entró a paso rápido en la sala. Traía una expresión seria, pero había un brillo en sus ojos que me hizo pensar que no le habían fallado sus suposiciones. ––Veo que han traído la cena ––dijo, frotándose las manos. ––Parece que espera usted invitados. Han traído bastante para cinco personas. ––Sí, me parece muy posible que se deje caer por aquí alguna visita ––dijo––. Me sorprende que lord St. Simon no haya llegado aún. ¡Ajá! Creo que oigo sus pasos en la escalera. Era, en efecto, nuestro visitante de por la mañana, que entró como una tromba, balanceando sus lentes con más fuerza que nunca y con una expresión de absoluto desconcierto en sus aristocráticas facciones. ––Veo que mi mensajero dio con usted ––dijo Holmes. ––Sí, y debo confesar que el contenido del mensaje me dejó absolutamente perplejo. ¿Tiene usted un buen fundamento para lo que dice? ––El mejor que se podría tener. Lo