Test Drive | Page 124

––Bueno, acabo de enterarme de los hechos, pero ya he llegado a una conclusión. ––¡Ah, claro! Y no cree usted que el Serpentine intervenga para nada en el asunto. ––Lo considero muy improbable. ––Entonces, tal vez tenga usted la bondad de explicar cómo es que encontramos esto en él ––y diciendo esto, abrió la bolsa y volcó en el suelo su contenido; un vestido de novia de seda tornasolada, un par de zapatos de raso blanco, una guirnalda y un velo de novia, todo ello descolorido y empapado. Encima del montón colocó un anillo de boda nuevo––. Aquí tiene, maestro Holmes. A ver cómo casca usted esta nuez. ––Vaya, vaya ––dijo mi amigo, lanzando al aire anillos de humo azulado––. ¿Ha encontrado usted todo eso al dragar el Serpentine? ––No, lo encontró un guarda del parque, flotando cerca de la orilla. Han sido identificadas como las prendas que vestía la novia, y me pareció que si la ropa estaba allí, el cuerpo no se encontraría muy lejos. ––Según ese brillante razonamiento, todos los cadáveres deben encontrarse cerca de un armario ropero. Y dígame, por favor, ¿qué esperaba obtener con todo esto? ––Alguna prueba que complicara a Flora Millar en la desaparición. ––Me temo que le va a resultar dificil. ––¿Conque eso se teme, eh? ––exclamó Lestrade, algo picado––. Pues yo me temo, Holmes, que sus deducciones y sus inferencias no le sirven de gran cosa. Ha metido dos veces la pata en otros tantos minutos. Este vestido acusa a la señorita Flora Millar. ––¿Y de qué manera? ––En el vestido hay un bolsillo. En el bolsillo hay un tarjetero. En el tarjetero hay una nota. Y aquí está la nota ––la plantó de un manotazo en la mesa, delante de él––. Escuche esto: «Nos veremos cuando todo esté arreglado. Ven en seguida. F H. M.». Pues bien, desde un principio mi teoría ha sido que lady St. Simon fue atraída con engaños por Flora Millar, y que ésta, sin duda con ayuda de algunos cómplices, es responsable de su desaparición. Aquí, firmada con sus iniciales, está la nota que sin duda le pasó disimuladamente en la puerta, y que sirvió de cebo para atraerla hasta sus manos. ––Muy bien, Lestrade ––dijo Holmes, riendo––. Es usted fantástico. Déjeme verlo –– cogió el papel con indiferencia, pero algo le llamó la atención al instante, haciéndole emitir un grito de satisfacción. ––¡Esto sí que es importante! ––dijo. ––¡Vaya! ¿Le parece a usted? ––Ya lo creo. Le felicito calurosamente. Lestrade se levantó con aire triunfal e inclinó la cabeza para mirar. ––¡Pero...! ––exclamó––. ¡Si lo está usted mirando por el otro lado! ––Al contrario, éste es el lado bueno. ––¿El lado bueno? ¡Está usted loco! ¡La nota escrita a lápiz está por aquí! ––Pero por aquí hay algo que parece un fragmento de una factura de hotel, que es lo que me interesa, y mucho. ––Eso no significa nada. Ya me había fijado ––dijo Lestrade––. «4 de octubre, habitación 8 chelines, desayuno 2 chelines y 6 peniques, cóctel l chelín, comida 2 chelines y 6 peniques, vaso de jerez 8 peniques.» Yo no veo nada ahí. ––Probablemente, no. Pero aun así, es muy importante. También la nota es importante, o al menos lo son las iniciales, así que le felicito de nuevo. ––Ya he perdido bastante tiempo ––dijo Lestrade, poniéndose en pie––. Yo creo en el trabajo duro, y no en sentarme junto a la chimenea urdiendo bellas teorías. Buenos días, señor Holmes, y ya veremos quién llega antes al fondo del asunto ––recogió las prendas, las metió otra vez en la bolsa y se dirigió a la puerta. ––Le voy a dar una pequeña pista, Lestrade ––dijo Holmes lentamente––. Voy a decirle la verdadera solución del asunto. Lady St. Simon es un mito. No existe ni existió nunca semejante persona. Lestrade miró con tristeza a mi compañero. Luego se volvió a mí, se dio tres golpecitos en la frente, meneó solemnemente la cabeza y se marchó con prisas.