––Bueno, la verdad, si consideramos que ha vuelto la espalda... no digo a mí, sino a
algo a lo que tantas otras han aspirado sin éxito... me resulta difícil hallar otra
explicación.
––Bien, desde luego, también es una hipótesis concebible ––dijo Holmes sonriendo––.
Y ahora, lord St. Simon, creo que ya dispongo de casi todos los datos. ¿Puedo preguntar
si en la mesa estaban ustedes sentados de modo que pudieran ver por la ventana?
––Podíamos ver el otro lado de la calle, y el parque. ––Perfecto. En tal caso, creo que
no necesito entretenerlo más tiempo. Ya me pondré en comunicación con usted.
––Si es que tiene la suerte de resolver el problema ––dijo nuestro cliente, levantándose
de su asiento.
––Ya lo he resuelto.
––¿Eh? ¿Cómo dice?
––Digo que ya lo he resuelto.
––Entonces, ¿dónde está mi esposa?
––Ése es un detalle que no tardaré en proporcionarle. Lord St. Simon meneó la cabeza.
––Me temo que esto exija cabezas más inteligentes que la suya o la mía ––comentó, y
tras una pomposa inclinación, al estilo antiguo, salió de la habitación.
––El bueno de lord St. Simon me hace un gran honor al colocar mi cabeza al mismo
nivel que la suya ––dijo Sherlock Holmes, echándose a reír––. Después de tanto
interrogatorio, no me vendrá mal un poco de whisky con soda. Ya había sacado mis
conclusiones sobre el caso antes de que nuestro cliente entrara en la habitación.
––¡Pero Holmes!
––Tengo en mi archivo varios casos similares, aunque, como le dije antes, ninguno tan
precipitado. Todo el interrogatorio sirvió únicamente para convertir mis conjeturas en
certeza. En ocasiones, la evidencia circunstancial resulta muy convincente, como cuando
uno se encuentra una trucha en la leche, por citar el ejemplo de Thoreau.
––Pero yo he oído todo lo que ha oído usted.
––Pero sin disponer del conocimiento de otros casos anteriores, que a mí me ha sido
muy útil. Hace años se dio un caso muy semejante en Aberdeen, y en Munich, al año
siguiente de la guerra franco––prusiana, ocurrió algo muy parecido. Es uno de esos
casos... Pero ¡caramba, aquí viene Lestrade! Buenas tardes, Lestrade. Encontrará usted
otro vaso encima del aparador, y aquí en la caja tiene cigarros.
El inspector de policía vestía chaqueta y corbata marineras, que le daban un aspecto
decididamente náutico, y llevaba en la mano una bolsa de lona negra. Con un breve
saludo, se sentó y encendió el cigarro que le ofrecían.
––¿Qué le trae por aquí? ––preguntó Holmes con un brillo malicioso en los ojos––.
Parece usted descontento.
––Y estoy descontento. Es este caso infernal de la boda de St. Simon. No le encuentro
ni pies ni cabeza al asunto.
––¿De verdad? Me sorprende usted.
––¿Cuándo se ha visto un asunto tan lioso? Todas las pistas se me escurren entre los
dedos. He estado todo el día trabajando en ello.
––Y parece que ha salido mojadísimo del empeño ––dijo Holmes, tocándole la manga
de la chaqueta marinera.
––Sí, es que he estado dragando el Serpentine.
––¿Y para qué, en nombre de todos los santos?
––En busca del cuerpo de lady St. Simon.
Sherlock Holmes se echó hacia atrás en su asiento y rompió en carcajadas.
––¿Y no se le ha ocurrido dragar la pila de la fuente de Trafalgar Square?
––¿Por qué? ¿Qué quiere decir?
––Pues que tiene usted tantas posibilidades de encontrar a la dama en un sitio como en
otro.
Lestrade le dirigió a mi compañero una mirada de furia.
––Supongo que usted ya lo sabe todo ––se burló.