––Se llama Alice. Es norteamericana y vino de California con ella.
––¿Una doncella de confianza?
––Quizás demasiado. A mí me parecía que su señora le permitía excesivas libertades.
Aunque, por supuesto, en América estas cosas se ven de un modo diferente.
––¿Cuánto tiempo estuvo hablando con esta Alice?
––Oh, unos minutos. Yo tenía otras cosas en que pensar.
––¿No oyó usted lo que decían?
––La señora St. Simon dijo algo acerca de «pisarle a otro la licencia». Solía utilizar esa
jerga de los mineros para hablar. No tengo ni idea de lo que quiso decir con eso.
––A veces, la jerga norteamericana resulta muy expresiva. ¿Qué hizo su esposa cuando
terminó de hablar con la doncella?
––Entró en el comedor.
––¿Del brazo de usted?
––No, sola. Era muy independiente en cuestiones de poca monta como ésa. Y luego,
cuando llevábamos unos diez minutos sentados, se levantó con prisas, murmuró unas
palabras de disculpa y salió de la habitación. Ya no la volvimos a ver.
––Pero, según tengo entendido, esta doncella, Alice, ha declarado que su esposa fue a
su habitación, se puso un abrigo largo para tapar el vestido de novia, se caló un sombrero
y salió de la casa.
––Exactamente. Y más tarde la vieron entrando en Hyde Park en compañía de Flora
Millar, una mujer que ahora está detenida y que ya había provocado un incidente en casa
del señor Doran aquella misma mañana.
––Ah, sí. Me gustaría conocer algunos detalles sobre esta dama y sus relaciones con
usted.
Lord St. Simon se encogió de hombros y levantó las cejas.
––Durante algunos año 2