Test Drive | Page 100

––Sí, el «Crown». ––Muy bien. ¿Se verán desde allí sus ventanas? ––Desde luego. ––En cuanto regrese su padrastro, usted se retirará a su habitación, pretextando un dolor de cabeza. Y cuando oiga que él también se retira a la suya, tiene usted que abrir la ventana, alzar el cierre, colocar un candil que nos sirva de señal y, a continuación, trasladarse con todo lo que vaya a necesitar a la habitación que ocupaba antes. Estoy seguro de que, a pesar de las reparaciones, podrá arreglárselas para pasar allí una noche. ––Oh, sí, sin problemas. ––El resto, déjelo en nuestras manos. ––Pero ¿qué van ustedes a hacer? ––Vamos a pasar la noche en su habitación e investigar la causa de ese sonido que la ha estado molestando. ––Me parece, señor Holmes, que ya ha llegado usted a una conclusión ––dijo la señorita Stoner, posando su mano sobre el brazo de mi compañero. ––Es posible. ––Entonces, por compasión, dígame qué ocasionó la muerte de mi hermana. ––Prefiero tener pruebas más terminantes antes de hablar. ––Al menos, podrá decirme si mi opinión es acertada, y murió de un susto. ––No, no lo creo. Creo que es probable que existiera una causa más tangible. Y ahora, señorita Stoner, tenemos que dejarla, porque si regresara el doctor Roylott y nos viera, nuestro viaje habría sido en vano. Adiós, y sea valiente, porque si hace lo que le he dicho puede estar segura de que no tardaremos en librarla de los peligros que la amenazan. Sherlock Holmes y yo no tuvimos dificultades para alquilar una alcoba con sala de estar en el «Crown». Las habitaciones se encontraban en la planta superior, y desde nuestra ventana gozábamos de una espléndida vista de la entrada a la avenida y del ala deshabitada de la mansión de Stoke Moran. Al atardecer vimos pasar en un coche al doctor Grimesby Roylott, con su gigantesca figura sobresaliendo junto a la menuda figurilla del muchacho que guiaba el coche. El cochero tuvo alguna dificultad para abrir las pesadas puertas de hierro, y pudimos oír el áspero rugido del doctor y ver la furia con que agitaba los puños cerrados, amenazándolo. El vehículo siguió adelante y, pocos minutos más tarde, vimos una luz que brillaba de pronto entre los árboles, indicando que se había encendido una lámpara en uno de los salones. ––¿Sabe usted, Watson? ––dijo Holmes mientras permanecíamos sentados en la oscuridad––. Siento ciertos escrúpulos de llevarle conmigo esta noche. Hay un elemento de peligro indudable. ––¿Puedo servir de alguna ayuda? ––Su presencia puede resultar decisiva. ––Entonces iré, sin duda alguna. ––Es usted muy amable. ––Dice usted que hay peligro. Evidentemente, ha visto usted en esas habitaciones más de lo que pude ver yo. ––Eso no, pero supongo que yo habré deducido unas pocas cosas más que usted. Imagino, sin embargo, que vería usted lo mismo que yo. ––Yo no vi nada destacable, a excepción del cordón de la campanilla, cuya finalidad confieso que se me escapa por completo. ––¿Vio usted el orificio de ventilación? ––Sí, pero no me parece que sea tan insólito que exista una pequeña abertura entre dos habitaciones. Era tan pequeña que no podría pasar por ella ni una rata. ––Yo sabía que encontraríamos un orificio así antes de venir a Stoke Moran. ––¡Pero Holmes, por favor! ––Le digo que lo sabía. Recuerde usted que la chica dijo que su hermana podía oler el cigarro del doctor Roylott. Eso quería decir, sin lugar a dudas, que tenía que existir una comunicación entre las dos habitaciones.