Test Drive | Page 320

delirio bajo el imperio de su tremenda nostalgia. Le vigilaba a cada instante con una abnegación sin límites. En tales condiciones, la situación era ya insostenible. Una mañana imposible me sería precisar la fecha , al despertarme de un amodorramiento penoso y enfermizo, vi a Ned Land inclinado sobre mí y decirme en voz baja: Vamos a evadirnos. Me incorporé. ¿Cuándo? Esta misma noche. Toda vigilancia parece haber desapa-recido del Nautilus. Se diría que el estupor reina a bordo. ¿Estará usted dispuesto, señor? Sí. ¿Dónde estamos? A la vista de tierras que he advertido esta mañana entre la bruma, a unas veinte millas al Este. ¿Qué tierras son ésas? Lo ignoro, pero sean las que fueren nos refugiaremos en ellas. -Sí, Ned. Nos fugaremos esta noche, aunque nos trague el mar. La mar está movida, el viento es fuerte, pero no me asus-ta atravesar esas veinte millas en el bote del Nautilus. He po-dido dejar en él algunos víveres y varias botellas de agua, sin que se dé cuenta la tripulación. -Le seguiré. Si me sorprenden, me defenderé y me haré matar. Moriremos juntos, amigo Ned. Yo estaba decidido a todo. El canadiense me abandonó. Subí a la plataforma, sobre la que apenas podía mantenerme bajo el embate de las olas. El cielo estaba amenazador, pero puesto que la tierra estaba allí tras las espesas brumas, había que huir, sin pérdida de tiempo. Volví al salón. Temía y deseaba a la vez encontrar al capi-tán Nemo. Quería y no quería verlo. ¿Qué podría decirle? ¿Podía yo ocultarle el involuntario horror que me inspiraba? No. Más valía no hallarse cara a cara con él. Más valía olvi-darle. Y sin embargo...