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huida a través de las tierras de la Nueva Guinea era demasiado peligrosa y no sería yo quien aconsejase a Ned Land intentarla. Más valía ser prisionero a bordo del Nauti-lus que caer entre las manos de los naturales de la Papuasia. Se puso a nuestra disposición el bote para el día siguien-te. Yo daba por descontado que no nos acompañarían ni el capitán Nemo ni ninguno de sus hombres y que Ned Land habría de dirigir él solo la embarcación. Pero la tierra no se hallaba más que a dos millas de distancia, y para el cana-diense sería un juego conducir el ligero bote entre esas líneas de arrecifes tan peligrosas para los grandes navíos. Al día siguiente, 5 de enero, se extrajo de su alvéolo la ca-noa y se botó al mar desde lo alto de la plataforma. Dos hombres bastaron para realizar la operación. Los remos es-taban ya a bordo y nos embarcamos a las ocho de la maña-na, con nuestras hachas y fusiles. El mar estaba bastante bonancible. Soplaba una ligera brisa de tierra. Conseil y yo remábamos vigorosamente, en tanto que Ned Land manejaba el timón en los estrechos pa-sos que dejaban los rompientes. La canoa obedecía bien al ti-món y navegaba con rapidez. Ned Land no podía contener su alegría. Era un prisione-ro escapado de su cárcel, y no parecía pensar que debía vol-ver a ella. ¡Carne! exclamaba . ¡Vamos a comer carne, y qué car-ne! ¡Caza auténtica! No digo yo que el pescado no sea una buena cosa, pero sin abusar, y un buen trozo de carne fresca a la parrilla sería una agradable variación. ¡El muy glotón, me está haciendo la boca agua! dijo Conseil. Queda por ver dije si hay caza en esos bosques. Y pue-de que las piezas sean de tal tamaño que cacen al cazador. ¡Oh!, señor Aronnax respondió el canadiense, cuyos dientes parecían estar tan afilados como el filo de un hacha , le aseguro que estoy dispuesto a comer tigre, solomillo de ti-gre, si no hay otro cuadrúpedo en esta isla. El amigo Ned es inquietante dijo Conseil. Lo que sea prosiguió Ned Land . Cualquier animal de cuatro patas sin plumas o de dos patas con plumas recibirá el saludo de mi fusil. He aquí que el señor Land vuelve a excitarse. No tema, señor Aronnax respondió el canadiense , y reme con fuerza. No pido más de media hora para ofrecerle un plato a mi manera. A las ocho y media, la canoa del Nautilus arribó a una pla-ya de arena, tras haber franqueado con fortuna el anillo de coral que rodeaba a la isla de Gueboroar.