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chocó con una roca, y si no se fue a pique se debió a la circunstancia de que el tro-zo de coral arrancado se incrustó en el casco entreabierto. Yo deseaba vivamente visitar ese arrecife de trescientas sesenta leguas de longitud contra el que el mar rompía su oleaje con una formidable intensidad sólo comparable a la de las descargas del trueno. Pero en aquel momento, los pla-nos inclinados del Nautilus nos llevaban a una gran profun-didad y no pude ver nada de esas altas murallas coralígenas. Hube de contentarme con la observación de los diferentes especímenes de peces capturados por nuestras redes. Ob-servé, entre otros, a unos escombros, grandes como atunes, con los flancos azulados y surcados por unas bandas trans-versales que desaparecían con la vida del animal. Estos pe-ces nos acompañaban en gran cantidad y suministraron a nuestra mesa un delicado manjar. Cogimos también un buen número de esparos de medio decímetro de longitud, cuyo sabor es muy parecido al de la dorada, y peces volado-res, verdaderas golondrinas marinas que, en las noches os-curas, rayan alternativamente el agua y el aire con sus res-plandores fosforescentes. Entre los moluscos y los zoófitos hallé en las redes de la barredera diversas especies de alcio-narias, de erizos de mar, de martillos, espolones, ceritios, hiálidos. La flora estaba representada por bellas algas flo-tantes, laminarias y macrocísteas, impregnadas del mucíla-go que exudaban sus poros y entre las que recogí una admi-rable Nemastoma geliniaroíde, que halló su lugar entre las curiosidades naturales del museo. Dos días después de haber atravesado el mar del Coral, el 4 de enero, avistamos las costas de la Papuasia. En esa oca-sión, el capitán Nemo me notificó su intención de dirigirse al océano indico por el estrecho de Torres, sin darme más precisiones. Ned observó, complacido, que esa ruta nos acercaba a los mares europeos. El estrecho de Torres debe su reputación de peligroso tan-to a los escollos de que está erizado Como a los salvajes habitantes de sus costas. El estrecho separa la Nueva Holanda de la gran isla de la Papuasia, conocida también con el nombre de Nueva Guinea. La Papuasia tiene cuatrocientas leguas de longitud por ciento treinta de anchura, y una superficie de cuarenta mil leguas geográficas[L17] . Está situada, en latitud, entre 00 19' y 100 2' Sur, y, en longitud, entre 1280 23' y 1460 15'. A medio-día, mientras el segundo tomaba la altura del sol, vi las cimas de los montes Arfalxs, que se alzan en grandes planos para terminar en pitones agudos. Esta tierra, descubierta en 1511 por el portugués Francis-co Serrano, fue sucesivamente visitada por don José de Me-neses, en 1526; por el general español Alvar de Saavedra, en 1528; por Juigo Ortez, en 1545; por el holandés Shouten, en 1616; por Nicolás Sruick, en 1753; por Tasman, Dampier, Fumel, Carteret, Edwards, Bougainville, Cook, Forrest, Mac Cluer y D'Entrecasteaux, en 1792; por Duperrey, en 1823; y por Dumont d'Urville, en 1827. «Es el foco de los negros que ocupan toda la Malasia», ha dicho Rienzi. No podía yo sos-pechar que los azares de esta navegación iban a ponerme en presencia de los temibles Andamenos. El Nautilus se presentó en la entrada del estrecho más pe-ligroso del mundo, cuya travesía evitan hasta los más auda-ces navegantes. Es el estrecho que afrontó Luis Paz de Torres a